martes, 14 de febrero de 2012

La magia de las cosas pequeñas

    Hacer bioética no es sólo estar atento a los grandes avances científico-tecnológicos y su impacto sobre la humanidad presente y futura. No es sólo atender a los graves conflictos entre la gestión económica y la resolución de los problemas de salud pública. No es sólo analizar la idoneidad de los macroproyectos en los que se invierten millones sin que tengan aplicaciones a corto plazo. No es sólo abrirse a la realidad de millones de personas cuyos problemas de salud son tan básicos como la supervivencia, la higiene y la mínima prevención ante la enfermedad. No es sólo luchar por grandes palabras como solidaridad, justicia, paz, o salud mundial.
    La bioética es todo eso pero, además, es atender a las cosas pequeñas: escuchar al paciente un poco pesado que vino hoy a la consulta a contar los problemas que tiene con su hijo que quiere ingresarlo en una residencia; dedicar unos minutos más a que la mujer inmigrante, que aún no domina el idioma, pueda aclararse con la petición de cita para el especialista; no perder la paciencia con el niño que se opone tozudamente a tomar la medicina; guardar silencio ante las lágrimas de quien ha perdido a un ser querido y aún no sabe cómo podrá respirar a partir de ahora; ofrecer consuelo a quien se siente atrapado entre las desoladoras paredes de su habitación del hospital; imaginar cómo podríamos celebrar ese día especial que les hace tanta ilusión al grupo de personas con discapacidad intelectual; poner algo de cariño en lavar a ese enfermo de Alzheimer que preguntará, por enésima vez, qué día es hoy...
   La realidad de la bioética es ésta del día a día, del cuidado de los pacientes. No es sólo la magia de los titulares, es la magia de las pequeñas cosas. Las que hacen muchos profesionales todos los días, sin que nadie les reconozca su labor ni les den premios. Pero recibiendo por su actuación, su honestidad y su dedicación, el cariño de sus pacientes y el respeto de sus compañeros.
   No se puede mejorar la calidad asistencial si no atendemos a estos elementos cotidianos, aparentemente menores, pero que van generando un "caldo de cultivo", un cierto modo de hacer las cosas que se impone y se transmite, que genera costumbres y actitudes, y que revela un compromiso con el buen hacer profesional.
   Es esta perspectiva la que ayuda también en los días en que la presión asistencial abruma, los problemas se agolpan y acumulan, el equipo no colabora, el ánimo no está para fiestas, y el cuerpo anda cansado.
   En un día como hoy, en que todo nos hizo recordar el amor, no está de más reconocer que en ese cuidado de los pacientes, en esa responsabilidad con una buena labor profesional, en esa pelea contra la pereza, la desidia, la desgana o el desánimo, en ese intento de desarrollar una asistencia humanizada, hay también una forma de amor.

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