miércoles, 27 de abril de 2011

Comportamiento especular

¿Quién no ha tenido la experiencia, siempre divertida, de hacer gestos a los bebés para que éstos los imiten? Por alguna razón misteriosa, nos fascina ese comportamiento mimético que nos permite encontrar una semejanza, y en ocasiones soñar con una voluntad.


Este modo de actuar, imitando a otros, asimilándonos a lo convencional o buscando analogía entre acciones y pensamientos nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida, pues si algo hacen los humanos, es copiarse, repetirse, seguir a otros gregariamente, la mayor parte de las veces, y desconfiar del que se distingue de los demás, del diferente.

Podrían sugerirse muchas interpretaciones posibles para estos comportamientos: necesidad de aceptación en el grupo, evolución y supervivencia, inseguridad, o una sospechosa heteronomía que esquiva la responsabilidad, por apuntar algunas.


Si algún objeto tiene la ética es promover que los sujetos humanos alcancen lo que L. Kohlberg llamaría un estadio postconvencional, es decir, una maduración moral que les permita tomar decisiones autónomas, conforme a unos valores que pretenden universales, que no se someten a los convencionalismos de un modo acrítico, que tratan de promover la responsabilidad y el compromiso con ideales.

Y no cabe duda de que, también para contribuir a esta maduración, es preciso utilizar ejemplos paradigmáticos, observar a otros que sirvan de modelo, entender lo que se nos muestra como visibilización de lo que debería ser a través de libros, películas, relatos de diversos tipos que nos enseñan la vida, por semejanza, porque somos capaces de ponernos en el lugar del otro, porque podemos atribuir mente, razonamiento, sentido, a los comportamientos observados. De algún modo, para lograr la identidad distintiva que nos hace únicos, es preciso evidenciar lo común, lo que nos hace humanos. Y esto es posible porque disponemos de unas curiosas neuronas, llamadas acertadamente "neuronas espejo".

Hasta hace poco tiempo, la atribución de significado a las acciones observadas en otros individuos se explicaba a partir de complejos mecanismos relacionados con la memoria, las experiencias previas y los procesos de razonamiento. Sin embargo, con el descubrimiento de las denominadas “neuronas espejo”, es posible explicar de un modo más sencillo esa situación tan habitual para todos de comprender inmediatamente lo que otro individuo está haciendo. Entender las acciones y las intenciones es una tarea que, aunque en ocasiones requiera de procesos más elaborados, se realiza de modo más directo y simple por medio de las neuronas espejo.

Estas neuronas fueron descubiertas por el equipo de G. Rizzolatti en la década de los años noventa del siglo XX. Observaron cómo ciertas neuronas del cerebro del mono (macaco) se activaban no sólo cuando el individuo realizaba acciones motoras dirigidas a una meta, sino, sorprendentemente, también cuando dicho individuo meramente observaba cómo alguien (otro mono, o un humano) realizaba la misma acción. En la medida en que este conjunto de células parecía “reflejar” las acciones de otro en el cerebro del observador, recibieron el nombre de neuronas espejo. Este descubrimiento que, como en tantas ocasiones en la historia de la ciencia, fue por azar, se ratificó posteriormente con experimentos específicamente diseñados para observar si las neuronas espejo se activaban ante la observación de acciones (y no sólo durante su ejecución), y si estaban implicadas en la comprensión de las acciones (activándose cuando el mono no podía ver la acción realmente, pero tenía suficientes datos para producir una representación mental de la misma, es decir, cuando podía imaginarla).

La confirmación de esta actividad de las neuronas espejo llevó a preguntarse si este mismo sistema existía también en los seres humanos, lo cual se ha demostrado a partir de numerosos experimentos en los que han sido de incalculable ayuda las técnicas de neuroimagen.

Los conjuntos de neuronas espejo parecen codificar plantillas para acciones específicas, lo cual permite a un individuo no sólo llevar a cabo acciones motoras sin pensar en ellas, sino también comprender las acciones observadas, sin necesidad de razonamiento alguno.

Dicho de modo más sencillo: si hasta ahora considerábamos que el movimiento, por ejemplo de una mano, era el resultado de un proceso mental en el que, analizadas por el cerebro las percepciones y datos sensoriales, se emitía una respuesta adecuada (que, en el caso de acciones intencionales complejas, requeriría de unas capacidades cognitivas realizadas por regiones especializadas para ello), y que la zona motora del cerebro era la encargada de ejecutar dicha respuesta en forma de movimiento, ahora parece ser que el sistema motor es mucho más complejo, y puede ser el sustrato neural de procesos atribuidos al sistema cognitivo.

Esto tiene dos importantes consecuencias: por una parte, obliga a revisar lo que hasta este momento se ha venido afirmando respecto a las regiones motoras del cerebro (el sistema motor no puede ser ya concebido como un mero “ejecutor pasivo” de órdenes emitidas por otra región cerebral, parece tratarse más bien de un complejo entramado de zonas corticales diferenciadas, capaces de realizar las funciones sensoriomotoras que parecerían propias de un sistema cognitivo superior) y por otro lado, supone un importante reto para nuestras convicciones filosóficas acerca de la importancia de la comprensión consciente de los actos humanos.

La importancia de estos descubrimientos es de tal categoría que un prestigioso investigador como V.S. Ramachandran no tiene ningún reparo en afirmar que «las neuronas espejo harán por la psicología lo que el ADN hizo por la biología: proporcionarán un marco unificador y ayudarán a explicar una multitud de capacidades mentales que hasta ahora han permanecido misteriosas e inaccesibles a los experimentos». Y, por cierto, el mismo autor afirma que no se ha divulgado suficientemente este enorme salto científico, y que esta frase suya tan llamativa sobre la relevancia de las neuronas espejo ¡es más famosa que el descubrimiento de Rizzolatti y otros investigadores!.

(Artículo completo en: Tendencias 21. 12/04/2007
"Las neuronas espejo nos ayudan a comprender las intenciones de los otros"

http://www.tendencias21.net/Las-neuronas-espejo-nos-ayudan-a-comprender-las-intenciones-de-los-otros_a1498.html)




miércoles, 13 de abril de 2011

Utopías posibles: un mundo mejor

En muchas ocasiones parece que el mundo anda demasiado descabezado y descorazonado como para tener alma y ser salvable. Cual si de una jungla se tratara, se muestra hostil e insufrible, porque las personas que lo habitan parecen preferir la violencia al diálogo, la oposición a la colaboración, el egoísmo a la solidaridad. Ya decía Sartre aquello de que "el infierno son los otros". Y en ocasiones tiene razón.

Ante tanta destrucción, dificultades y agravios a lo humano, ¿cómo poder seguir creyendo en las personas? ¿cómo seguir luchando por un mundo mejor?

Pues precisamente por eso.

El principal valor de la ética es construir utopías posibles, promover ideales que establecen lo que debería ser, sin el error de la ingenuidad, pero sí con la convicción de aquello por lo que merece la pena luchar.

Es más fácil tirar la toalla, dejarse llevar por el desánimo o la desgana, adoptar una actitud cínica y desvinculada, aparentando indiferencia o descreimiento. Es más fácil considerar que tal como está el mundo sólo cabe el "sálvese quien pueda". Es más fácil echar la culpa a los otros, a la realidad, a las circunstancias, al contexto, sin preguntarse qué podríamos hacer para cambiarlo.

Lo auténticamente valiente es atreverse a seguir soñando con un mundo mejor, construir desde el espacio limitado de cada uno en donde las acciones tienen repercusiones, aunque sea a pequeña escala.

Lo que diferencia a los "idealistas" es que quieren seguir creyendo, actúan como si fuera posible, viven de acuerdo con ese ideal, y -aunque sepan que su lucha es probablemente inútil y sus propuestas están abocadas al fracaso- no se dejan vencer por el desánimo, por la tozuda realidad, o por quienes les tachan de soñadores. ¿Acaso hay algo más importante y noble que apostar por un mundo mejor?

Esta es la llamada de atención de una hermosa película: "En un mundo mejor" (Hævnen), dirigida por Susanne Bier. Premiada con el Oscar a la mejor película extranjera este año. http://dai.ly/giAEHO En ella vemos una apuesta por un modo de vida que renuncia a la violencia, que argumenta en favor de una actuación responsable y realizada desde la convicción personal, que, sin mostrarlo expresamente, está apostando por un mundo mejor: el que vivirán los niños que están aprendiendo cómo ser personas en una sociedad injusta.

Merece la pena luchar por utopías posibles. Merece la pena apostar por un mundo mejor.



Y en medio del desánimo, también una sonrisa viene bien, aunque proceda de una campaña publicitaria. Merece la pena compartir un poco de optimismo.

lunes, 11 de abril de 2011

Blogosfera, realidad virtual y ciudadanía

Hace algunos años nadie hubiera imaginado que podríamos tener un mundo interconectado, en el que dispondríamos de toda la información en cuestión de segundos. Véase el ejemplo de la Biblioteca Digital Mundial (http://www.wdl.org/es/), un precioso proyecto que pone a disposición del mundo, de modo gratuito, materiales publicados de todas las épocas y culturas, en diferentes lenguas. La labor concienzuda y paciente de los investigadores que debían revisar miles de fichas, documentos, obras de referencia e índices de publicaciones y artículos en papel, a la búsqueda de un dato, una fecha, un texto, les llevaba horas, días, meses o años. Y por supuesto esa labor todavía se realiza, por parte de muchos, con el cariño y la dedicación de antaño. Porque el mundo de las comunicaciones y las tecnologías de la información ha avanzado "que es una barbaridad" (como se decía de las ciencias en aquella zarzuela "La Verbena de la Paloma"). Nos ha acercado a todo y a todos, y nos ha generado una sensación de omnipotencia informativa, porque "todo está en internet", todo es accesible y, si no lo es ahora, lo será mañana. Pero, a pesar de ello, quizá por fortuna, no todo está, ni probablemente debe estar, y hay muchas cosas a donde no llegan "las redes de la red". Sea como fuere, que no es momento de hacer pronósticos (pues si algo sabemos es que, con frecuencia, la realidad supera a la ficción), lo cierto es que el poder de internet, de las redes sociales, de la blogosfera, son imponentes, omnipresentes y sorprendentes. Los acontecimientos socio-políticos a los que estamos asistiendo en los últimos tiempos dan fe de cómo el poder de los ciudadanos llamados "anónimos" (aunque en realidad siempre fueron personas con identidad que se implicaron como uno más, pero no como uno cualquiera) se ha hecho más extenso y capaz a través de la red. Una llamada a la revolución, una denuncia de un abuso, o un comentario sobre lo que sucede y lo que debería suceder, se convierten, como una creciente bola de nieve, en fenómenos de masas que a la sociología del pasado le resultarían inexplicables. Los ciudadanos se han "puesto en marcha", abandonando la pasividad y actuando de modo real o virtual, con su presencia, comentarios, acciones y difusión. Lo cual, sin duda, además de acercar a personas y culturas, poner la información y el saber a disposición de todos, y permitir la comunicación y el conocimiento, también incluye graves riesgos y la necesidad de una enorme responsabilidad. La clave para que la red no se convierta en un monstruo voraz que nos devore con sus fauces incansables es la educación. La participación de los ciudadanos es esencial, pero es imprescindible que dispongan de formación para poder interpretar, seleccionar y manejar adecuadamente la ingente cantidad de información disponible. Es necesario emplear herramientas conceptuales, lingüísticas, reflexivas, argumentativas, etc. que permitan moverse con soltura en el proceloso mar de los comentarios, los blogs, las declaraciones y los innumerables "dimes y diretes". Es fundamental que cada persona pueda hacerse una idea cabal de las interrelaciones y contextos que dotan de sentido las palabras y los acontecimientos, para que, desde la pluralidad de opciones, pueda elegir en libertad, con sabiduría y prudencia, sin ser manipulado, coaccionado, engañado, o convencido. Ser ciudadano es asumir un papel de responsabilidad. En un mundo como el nuestro ya no es posible vivir sin implicarse, ni tomar decisiones sin saber. La red nos acoge, nos ofrece datos y opiniones, nos atrapa, nos abre posibilidades, nos enreda, pero también nos exige conocer sus límites y tener conciencia de que, por enormes y aparentemente inalcanzables que sean sus extremos, la realidad está más allá, en un mar más ancho, más profundo y más libre.