miércoles, 30 de noviembre de 2011

Metodología en Bioética

   Acaba de publicarse el libro titulado Bioética: el estado de la cuestión. Editado por Triacastela. El motivo principal del libro es triple: por un lado, surge como trabajo de un conjunto de personas que tienen una vinculación con Diego Gracia, a quien quieren rendir homenaje con estos textos. Por otro lado, se conmemora también así el XX aniversario de la Fundación de Ciencias de la Salud. Y en tercer lugar, se trata de cubrir un vacío en la bibliografía sobre bioética en castellano. Esta obra colectiva es una interesante aportación a la reflexión sobre los elementos definitorios de la bioética actual. Y en él puede encontrarse un conjunto de capítulos dedicados al tema de la metodología de la bioética.Una cuestión demasiadas veces olvidada pero que tiene, sin embargo, una importancia capital.
     Precisamente a analizar este tema de la metodología en bioética se dedicó ayer, 29 de Noviembre, el XII Ateneo de Bioética, organizado por la Fundación de Ciencias de la Salud y la Fundación Paideia Galiza, en A Coruña. El evento reunió a unas 90 personas (el aforo completo del salón-auditorio donde se celebró) y se transmitió también en "streaming", posibilitando que muchas otras personas pudieran ver y escuchar las ponencias a través de internet, aportando sus comentarios y preguntas mediante el chat o vía Twitter. Pueden verse ya los vídeos de las ponencias y los debates en: http://vimeo.com/channels/265414.
     El déficit metodológico en bioética, y de reflexión sobre el estatuto epistemológico y método de esta disciplina viene siendo una constante que ya muchos estudiosos detectan y denuncian. El corpus de conocimientos de la bioética se va ampliando, con un escaso análisis sobre los métodos más adecuados para la obtención de nuevos conocimientos, su desarrollo y la posibilidad de la innovación. En los últimos años se ha ido abriendo este debate a raíz del número creciente de investigaciones realizadas con una metodología empírica. Se trataría, así, de aportar una dimensión más "cuantitativa" al modo epidemiológico, utilizando sus herramientas y técnicas, y permitiendo así obtener unos datos, sin duda imprescindibles. No obstante, la aproximación cualitativa, los métodos más teóricos y afines a las ciencias humanas o a la filosofía, aportan análisis conceptuales y normativos que son también esenciales para la labor bioética. Todos estos elementos abundan en la idea, tantas veces subrayada, del trabajo interdisciplinar. Pero también en la necesidad de una reflexión seria sobre el tipo de saber que es la bioética, y los métodos que le convienen y que pueden posibilitar ese enfoque hermenéutico y deliberativo que es ya irrenunciable para la construcción de una bioética desde la perspectiva de la responsabilidad, a la altura del siglo XXI.

martes, 22 de noviembre de 2011

40 años de Médicos sin fronteras

Se cumplen 40 años de esta organización, cuya motivación sigue siendo ayudar.
En medio de un mundo que no termina de encontrar caminos para la paz, donde los intereses de todo tipo se anteponen a las personas, en el que parece que sólo nos acordamos de realizar sueños e ideales cuando se acerca la navidad, es esperanzador que existan personas cuyo objetivo es hacer un mundo más humano.
Felicidades.    40 años de acción humanitaria. Médicos sin Fronteras

jueves, 27 de octubre de 2011

Reflexión y vivencia de lo humano

La historia de la ética es una historia de énfasis en la razón, de eso que se ha dado en llamar “intelectualismo moral”. Los autores escoceses del siglo XVIII que intentaron romper una lanza en favor de las emociones como motores de la vida moral, quedaron en un reducto con menor influencia que la corriente dominante de la racionalidad. Así, pertrechados con la poderosa dinámica de la argumentación, construimos día a día nuestros fundamentos éticos, convencidos de que esto nos protege frente a la violencia de la imposición dogmática, frente a la irracionalidad y la arbitrariedad que siempre son fuentes de intolerancia, y frente al absurdo de no poder justificar nuestros pensamientos o nuestros actos. Todo el énfasis que se haga en la necesidad de dar razones será insuficiente, porque no por muy repetido deja de ser esencial que la fuerza de los argumentos sea la mejor defensa contra el argumento de la fuerza.
            No obstante, la perspectiva emocional, afectiva, va cobrando progresivamente carta de ciudadanía en el mundo de la ética. Difícilmente puede entenderse al género humano cuando actúa, si no es atendiendo a esos elementos de motivaciones, sentimientos, esperanzas y afectos que determinan sus elecciones.
            Incluso los estudios de neurociencia actual están insistiendo en cómo la dimensión emocional influye en la toma de decisiones, en las funciones ejecutivas que son aquellas por las que habitualmente definimos al ser humano.
No se puede “pensar sin sentir”, entre otras cosas porque en la dimensión práctica, que es la que atañe a la ética, no es posible tomar decisiones sin valorar, y en la valoración, además de los elementos racionales que pudiéramos utilizar como justificación explicativa, hay sin duda emociones. Qué es lo importante para el ser humano depende, en buena medida, de su idoneidad para la supervivencia, y por tanto tiene sentido entender que el cerebro se caracteriza por su capacidad de adaptación evolutiva. Sin embargo, el modo humano de sobrevivir en un entorno que ha sido modificado culturalmente es radicalmente diferente de la mera supervivencia física, y la posibilidad de valorar influye y es influida mutuamente por la cultura. El ser humano es un animal cultural, interpretativo, creador, su cerebro le dota con herramientas para este privilegiado y único modo de vivir: interactuando con el medio para convertirlo en un mundo con sentido, y en esa tarea se encuentran y compenetran las funciones cognitivas y las emocionales. (Sobre esta cuestión ver: L. Feito “Neurociencia de las emociones. Claves del comportamiento humano” Diálogo filosófico, Nº 80, 2011 (Ejemplar dedicado a: Neuroética), págs. 225-242).
Pero es que, además, tratar de reflexionar sobre temas de ética y bioética sin incorporar una dimensión de “empatía”, de capacidad de “com-padecer”, de “ponernos en la piel del otro” para intentar ver el mundo desde su perspectiva y, por tanto, sin desarrollar una sensibilidad ante el sufrimiento y la vivencia del otro humano, sería elaborar un pensamiento descarnado, que quizá pudiera ser válido para los tratados pero no para la vida. La ética no puede ser una representación, una “performance suplementaria y ornamental” (algo que ya decía J. Ortega y Gasset), donde se busque una narcisista autocomplacencia en el discurso, y no puede serlo sencillamente porque es demasiado importante: atañe al modo humano de ser y vivir.
En buena medida son las experiencias vividas y compartidas las que nos dan las lecciones más importantes – y también las más duras— sobre los aspectos esenciales que están en juego en los problemas de lo humano. Por eso conviene escuchar y abrir la mente. Cuando es preciso decidir sobre lo que concierne a la vida de las personas, no son válidos los planteamientos que no atiendan y subrayen ese aspecto valorativo que no sólo se percibe con los ojos de una teoría desprendida de la realidad humana. Difícilmente podremos hacer discursos válidos, por ejemplo, sobre cómo afrontar el final de la vida, sobre cómo tomar decisiones en ese periodo angustioso y desgarrador, sobre cuáles son los valores más importantes que se ponen en juego en ese momento, sobre cómo ofrecer cuidados, apoyo y alivio cuando ya no es posible otra actuación, si no hemos sido capaces de poner en marcha un pensamiento afectivo, una prudencia sensible, una reflexión que sirva para vivir.

jueves, 13 de octubre de 2011

En homenaje a Diego Gracia

      Nuestro buen amigo, maestro y admirado profesor Diego Gracia se ha jubilado. Y queremos felicitarle por ello.

      Porque aunque existe en nuestro contexto una concepción pesimista que considera que jubilarse es sinónimo, no de un merecido retiro feliz, sino de ser retirado, desechado, como ya inútil, conviene recuperar el sentido positivo que, en mi opinión, es el más auténtico de esta palabra: el regocijo y la viva alegría, el júbilo.
       Alegría por haber llegado a este momento de la vida, por haber cumplido una etapa con plenitud y la satisfacción de la tarea realizada y bien hecha, por comenzar ahora un nuevo ciclo lleno de posibilidades y novedades.
        Júbilo por haber dedicado una buena parte de su vida a esa noble e imprescindible tarea de la formación, enseñando a varias generaciones de alumnos, tanto en pregrado como en postgrado y en formación continuada, a pensar críticamente.
      Satisfacción por haber tenido la oportunidad de conocer y colaborar con quien nos ha enseñado, no sólo con su magisterio, sino también con el ejemplo vivo de su propia labor, cómo es posible conciliar un profundo y sólido conjunto de conocimientos –siempre creciente y sin perder un ápice la sed de seguir aprendiendo—, con la prudencia y la ponderación en la valoración de los muchos factores, circunstancias, matices y perspectivas que, en un mundo plural y dinámico, son imprescindibles para llevar a cabo el mejor y más completo ejercicio de respeto y tolerancia: la deliberación.
      Regocijo por sentirnos parte de un proyecto compartido que pretende hacer un poco mejor este mundo. Por trabajar en este apasionante tema de la bioética, de las humanidades médicas, de la reflexión y el análisis de las prácticas asistenciales y, por extensión, de la promoción de valores en sociedades cada vez más complejas y ricas.
       Gozo por saber que Diego Gracia seguirá trabajando, investigando, escribiendo, difundiendo su sabiduría en conferencias y cursos, que su jubilación –así lo esperamos— le permitirá disponer de algo más de tiempo para todo aquello que la voracidad de sus alumnos le impidió realizar.
     Y el deseo de que esta nueva etapa que ahora inicia sea feliz y completa. Será, una vez más, un honor y un privilegio, seguir colaborando y aprendiendo con él.
     Este comentario, así como la reflexión del propio Diego Gracia sobre su tarea intelectual, pueden encontrarse en el último número del Boletín Bioética Complutense (al que se puede acceder desde el botón de la derecha de esta página).

miércoles, 20 de julio de 2011

Educar, mejorar, elevar la altura moral

      En un conocido texto de J. Ortega y Gasset (en "Por qué he escrito El hombre a la defensiva"), este filósofo afirmaba que la moral no es un ornamento superfluo y prescindible, sino el auténtico modo de ser de la persona que se crea a sí misma, que desarrolla su vocación (sí, un tener que ser ineludible que le hace vivir en autenticidad consigo mismo, como un quehacer continuo y dinámico, siempre inacabado y perfectible), y que por tanto cree en sí mismo y en sus posibilidades. A esto lo denominaba estar "alto de moral", al modo como lo decimos de un equipo deportivo que está confiado en sus capacidades para ganar o, por el contrario, desmoralizado, hundido, vencido ya de antemano.
    «Me irrita este vocablo, 'moral'. Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que está desmoralizado.

     Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino.»
     En buena medida, la situación actual es un caldo de cultivo idóneo para el desánimo y la desmoralización. Por un lado porque las dificultades económicas ahogan y preocupan, no dejando espacio, aparentemente, para otra cosa que la lucha por la supervivencia. Por otro lado, porque en situaciones críticas parece que todo esté justificado y que la ética, ahora sí, se convierta en un ornamento superfluo. Nada peor que esta forma de desmoralización, que une a la apatía y la incapacidad para afrontar los problemas una suerte de justificación válida de cualquier acción, por vil que ésta sea, en aras del logro de un objetivo presuntamente legítimo.
     Este preocupante diagnóstico tiene también un mal pronóstico si no reaccionamos pronto. Que las situaciones sean difíciles, no justifica que todo sea válido. Que sea necesario pelear por salir adelante, no hace morales las acciones inmorales. Que el futuro sea incierto, no valida la ley de la jungla, ni el "sálvese quien pueda", ni pisar cabezas o convertirse en un superviviente a costa de todo y de todos. Ahora, más que nunca, se pone a prueba nuestra capacidad de actuar correctamente en situaciones difíciles de gran incertidumbre. Que precisamente son las que llaman a nuestra condición humana, para que no se dé esa situación que tan acertadamente comentaba también Ortega y Gasset: que el tigre no puede destigrarse, pero el ser humano sí puede deshumanizarse.
     En este contexto, resulta interesante, intrigante y sugerente la reflexión que realiza el filósofo Guy Kahane (Uehiro Centre for Practical Ethics, Facultad de Filosofía, Universidad de Oxford) en relación a la posibilidad de mejorar los comportamientos éticos de las personas a través de sustancias químicas que pudieran alterar las funciones cerebrales -como una "píldora de la moral"- (http://www.project-syndicate.org/commentary/kahane1/English).
    Los seres humanos han confiado tradicionalmente en la educación, la persuasión, las instituciones sociales, el castigo, etc. como medios para controlar los comportamientos. Evidentemente, si pudiéramos disponer de una sustancia que nos hiciera mejores personas, muchos se opondrían, pero ¿tendrían un argumento sólido para oponerse a su uso? Si realmente pudiéramos conseguir que las personas fueran más solidarias, más colaboradoras, más justas ¿tendría sentido no utilizar esa posibilidad? ¿Deberíamos seguir confiando en métodos de mejora de los comportamientos que han demostrado ya su escasa eficacia a lo largo de la historia? Desde luego, el tema es al menos digno de ser pensado.
    Por supuesto, este debate se inscribe en la reflexión sobre la mejora y las posibilidades de modificación del ser humano que van poniendo a nuestra disposición la neurobiología u otras ciencias.
    Pero lo que aquí me interesa destacar, desde mi posición de profesora de ética y, por tanto, firme convencida y defensora de la potencia enorme de la educación como factor de transformación y mejora, es la necesidad de pensar seriamente sobre estas posibilidades y las razones para su uso.
    La reflexión de Kahane prosigue afirmando que sería ideal que los individuos pudieran explorar libremente modos de mejorarse a sí mismos. Como lo hemos estado haciendo hasta ahora: promoviendo una mayor autoconciencia, o fomentando la lectura de libros de filosofía moral. Pero también, ¿por qué no?, utilizando una hipotética "píldora de la moral" de la que pudiéramos disponer. De hecho, ya usamos otras sustancias para estar más despiertos y atentos, para mejorar la memoria o el rendimiento intelectual, para dejar de estar tristes y desanimados, etc. En este sentido no habría una gran diferencia.
    Sin embargo, parece que las personas no estarían tan dispuestas a utilizar esa píldora. Y podríamos estar tentados de pensar que se trata de una oposición fundada en convicciones bien razonadas, sobre la necesidad de promover el esfuerzo personal, la confianza en que el ser humano puede transformarse por un acto de voluntad, o incluso posiciones que quisieran preservar una subyacente naturaleza humana inmutable (si es que eso existe). Pero no. La afirmación de Kahane que revuelve las conciencias, la que es realmente inquisitiva, y que suscita una inquietante cuestión es que, quizá, la gente no querría tomar píldoras que les hiciera moralmente mejores, porque no está claro que las personas realmente quieran ser moralmente mejores. Los que necesitan más ayuda para mejorar, serían probablemente los que menos querrían mejorar.
      Y esto sí merece la pena pensarlo con calma.

martes, 12 de julio de 2011

Boletín Bioética Complutense

    Ya está disponible el nuevo número del Boletín Bioética Complutense. Puede accederse a través del enlace situado a la derecha de esta página, o bien directamente aquí: Boletín 7
    La reflexión y el análisis de temas de bioética resulta siempre interesante, y poder compartirlo y debatirlo con otras personas y puntos de vista diferente, es enriquecedor y fructífero.

martes, 21 de junio de 2011

Un test sobre el juicio moral

Moral Sense Test (MST) es una encuesta sobre el juicio moral. Se plantean unos dilemas morales hipotéticos y se solicita que el encuestado dé una respuesta. http://moral.wjh.harvard.edu/
La investigación está patrocinada por el Laboratorio de Neurociencias Cognitivas de Primates de la Universidad de Harvard.

La convicción de los investigadores es que el "intelectualismo" de la ética ha llevado a conceder un papel primordial a los elementos racionales en el juicio moral, y, por tanto, ha permitido y fomentado la idea de que el desarrollo moral es algo progresivo, que se adquiere a través de un entrenamiento y un aprendizaje. Frente a ello, afirman que «La mayoría de nuestras intuiciones morales son inconscientes, involuntarias, y universales, y se desarrollan en cada niño a pesar de no tener educación formal. Cuando los humanos, desde los hombres primitivos del Valle del Rift hasta los multimillonarios de Silicon Valley, generan intuiciones morales, éstas son decisiones instintivas que se toman sin saber porqué o cómo; Nosotros llamamos a esta capacidad, nuestra facultad moral.» Y citan como teóricos que les inspiran a David Hume y a John Rawls, combinación ésta cuando menos curiosa, cuya lógica se nos escapa.

La investigación sobre el desarrollo moral es un tema bien conocido. Suele citarse a Lawrence Kohlberg como el autor más importante que propuso una teoría del desarrollo moral en etapas, al modo como lo hiciera J. Piaget hablando del desarrollo cognitivo. El modelo de Kohlberg está también basado en una investigación en la que se proponían dilemas morales a niños de diversas edades, con el fin de evaluar las respuestas y determinar si existían patrones comunes que permitieran establecer una secuencia de fases, necesaria y universal, como la que finalmente encontró este autor.

Son muchas las críticas que ha recibido: por su inspiración kantiana (al proponer que el nivel de mayor desarrollo moral, postconvencional, coincide con la posibilidad de elaborar juicios morales basados en principios universales, autónomamente, y no asumiendo normas convencionales); por su indiferencia ante los factores emocionales (que sin embargo, parecen determinantes en la toma de decisiones morales); por su pretendida universalizabilidad, prescindiendo de las diferencias culturales (que en el ámbito de los valores son inexcusables); y por su sesgo de género (al haber investigado sólo con niños varones, como le critica su discípula C. Gilligan, famosa por su propuesta de una ética del cuidado). No obstante, sigue siendo el modelo más aceptado.

Lo que ahora proponen estos investigadores parece un planteamiento similar, pero con supuestos teóricos diferentes. En este caso, la hipótesis es que las intuiciones morales son inconscientes, involuntarias, instintivas, como una suerte de "sentido moral innato" que estaría instalado en el ser humano y que sería independiente y, al parecer, más impositivo y presente que los aprendizajes intelectuales. La cuestión es interesante, pero no exenta de controversia.

Que hay elementos subyacentes, probablemente inconscientes e involuntarios, en nuestro comportamiento y en la toma de decisiones, resulta evidente. Aunque conviene huir de los posibles reduccionismos neurobiológicos, que están tan de moda últimamente. Lo que sería menos admisible es la afirmación de que esos elementos explican todo, como un determinismo que permitiera predecir la acción humana, o "liberarla" de los elementos adquiridos por el aprendizaje, la cultura, la modificación (incluso biológica) que las experiencias vividas van generando en el individuo. Sin embargo, todavía no sabemos en qué acabará esta investigación, ni si serán éstas sus conclusiones. Habrá que esperar. Por ahora, basta con responder el test.

lunes, 13 de junio de 2011

Más blogs, más ideas, más que compartir

En los últimos tiempos venimos asistiendo, más y más, a movimientos ciudadanos concitados y animados a través de redes sociales. Venimos observando cómo la red, la blogosfera, los modelos virtuales, sirven a la participación activa, a la reflexión compartida, a la distribución y promoción de ideas, eventos, proyectos y sueños. Y el mundo se va haciendo más interrelacionado, más fluido, más dinámico, más conectado.
Por eso no podemos sino dar la más calurosa bienvenida a nuevos espacios de comunicación. En este caso, el blog de Fernando Carballo "En torno a la excelencia clínica". Desde la experiencia clínica, desde las aventuras compartidas en el inicio de los comités de bioética en España, desde la reflexión ponderada y la investigación rigurosa, Fernando nos propone reflexionar más allá de la rutina. Una buena manera de reencantar la realidad, aspirando a mejorar la calidad. Esta es su dirección: http://excelenciaclinica.blogspot.com/
No por llevar más tiempo en la red resulta menos interesante el proyecto de "La momia que habla" un grupo de personas inquietas que del mismo modo que componen, tocan y cantan generando con su música adhesiones incondicionales, o abren espacios imaginativos desde la imagen o la palabra, también promueven la reflexión, el análisis sobre la situación de los profesionales de la salud, sobre cómo formar mejores profesionales, sobre cómo seguir pensando, en un blog que se llama como ellos, y en el que incluyen, según dicen, todo lo que no les cabe en las canciones. Que es mucho. Su dirección: http://lamomiaquehabla.blogspot.com/
En el espacio dedicado a "Blogs relacionados" pueden encontrarse estos y otros espacios afines. La lista va creciendo, lenta, pero inexorablemente, ofreciendo más puertas por donde entrar a otros mundos.

martes, 17 de mayo de 2011

Examinar sobre aspectos humanos para estudiar medicina

La formación de los futuros profesionales sanitarios es, sin duda, un elemento esencial para la sociedad y es determinante para los valores, actitudes y compromisos que vayan a observar y defender en su práctica profesional. La bioética tiene una dimensión pedagógica importante, al promover cambios sustanciales en el modo como se desempeña esa relación con los pacientes. Y ha enfatizado los aspectos de comunicación, respeto a la autonomía, sensibilidad ante las opciones diferentes de valores, búsqueda de la calidad, etc.
En este sentido, la Asociación Americana de Colegios Médicos (American Association of Medical Colleges (AAMC)) ha propuesto un conjunto de recomendaciones que subraya aún más esta dimensión humana y social: sugiere incluir este tipo de aspectos en la prueba de ingreso, el Medical College Admissions Test (MCAT).
El Medical College Admission Test® (MCAT®) es un examen estandarizado que se realiza en las facultades de medicina en Estados Unidos, con preguntas de respuesta múltiple, cuyo objetivo es evaluar la capacidad de resolución de problemas, pensamiento crítico, razonamiento, habilidades de escritura y expresión, y conocimiento de conceptos y principios científicos, como prerequisitos para estudiar Medicina.
Las recomendaciones, que se implantarían en 2015, se justifican por la necesidad de que los estudiantes estén preparados para tratar con los asuntos humanos y sociales.
Lo que resulta interesante es reflexionar sobre si un examen puede "garantizar" unas aptitudes (¿y actitudes?) básicas para los futuros médicos (lo que es extensible a otros profesionales sanitarios).
Hace ya tiempo que se viene comentando que los cursos de bioética llegan demasiado tarde y no consiguen modificar actitudes; que el aprendizaje de los valores es determinante pero se adquiere en etapas muy tempranas de la vida y que, por ello, resulta muy difícil cambiarlos posteriormente; que se aprende más de lo que se ve que de lo que se estudia, lo que explica que el "curriculum oculto" (lo que no se hace explícito sino a través de los comportamientos cotidianos) tenga más influencia que cualquier plan de estudios, etc.
Y no es la primera vez que se propone que los elementos actitudinales, la sensibilidad ante ciertos aspectos de lo humano, las habilidades de comunicación, etc., siendo tan relevantes para la práctica de los profesionales sanitarios como su formación científico-técnica, sean evaluados, ya sea en el momento de ingresar en la facultad, como prerequisito (al modo del MCAT), ya sea en el momento de obtener su título, como examen de competencias adquiridas en este ámbito más socio-humanístico.
Sin duda, habrá argumentos a favor y en contra. Y conviene ponderarlos con cuidado. Pero también parece irrenunciable esta dimensión educativa: los profesionales sanitarios trabajan en relación a situaciones de vulnerabilidad de las personas, en donde se ponen en juego valores fundamentales, ¿cómo no tomar en consideración la necesidad de formar en este aspecto al que la bioética concede su principal atención?

miércoles, 27 de abril de 2011

Comportamiento especular

¿Quién no ha tenido la experiencia, siempre divertida, de hacer gestos a los bebés para que éstos los imiten? Por alguna razón misteriosa, nos fascina ese comportamiento mimético que nos permite encontrar una semejanza, y en ocasiones soñar con una voluntad.


Este modo de actuar, imitando a otros, asimilándonos a lo convencional o buscando analogía entre acciones y pensamientos nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida, pues si algo hacen los humanos, es copiarse, repetirse, seguir a otros gregariamente, la mayor parte de las veces, y desconfiar del que se distingue de los demás, del diferente.

Podrían sugerirse muchas interpretaciones posibles para estos comportamientos: necesidad de aceptación en el grupo, evolución y supervivencia, inseguridad, o una sospechosa heteronomía que esquiva la responsabilidad, por apuntar algunas.


Si algún objeto tiene la ética es promover que los sujetos humanos alcancen lo que L. Kohlberg llamaría un estadio postconvencional, es decir, una maduración moral que les permita tomar decisiones autónomas, conforme a unos valores que pretenden universales, que no se someten a los convencionalismos de un modo acrítico, que tratan de promover la responsabilidad y el compromiso con ideales.

Y no cabe duda de que, también para contribuir a esta maduración, es preciso utilizar ejemplos paradigmáticos, observar a otros que sirvan de modelo, entender lo que se nos muestra como visibilización de lo que debería ser a través de libros, películas, relatos de diversos tipos que nos enseñan la vida, por semejanza, porque somos capaces de ponernos en el lugar del otro, porque podemos atribuir mente, razonamiento, sentido, a los comportamientos observados. De algún modo, para lograr la identidad distintiva que nos hace únicos, es preciso evidenciar lo común, lo que nos hace humanos. Y esto es posible porque disponemos de unas curiosas neuronas, llamadas acertadamente "neuronas espejo".

Hasta hace poco tiempo, la atribución de significado a las acciones observadas en otros individuos se explicaba a partir de complejos mecanismos relacionados con la memoria, las experiencias previas y los procesos de razonamiento. Sin embargo, con el descubrimiento de las denominadas “neuronas espejo”, es posible explicar de un modo más sencillo esa situación tan habitual para todos de comprender inmediatamente lo que otro individuo está haciendo. Entender las acciones y las intenciones es una tarea que, aunque en ocasiones requiera de procesos más elaborados, se realiza de modo más directo y simple por medio de las neuronas espejo.

Estas neuronas fueron descubiertas por el equipo de G. Rizzolatti en la década de los años noventa del siglo XX. Observaron cómo ciertas neuronas del cerebro del mono (macaco) se activaban no sólo cuando el individuo realizaba acciones motoras dirigidas a una meta, sino, sorprendentemente, también cuando dicho individuo meramente observaba cómo alguien (otro mono, o un humano) realizaba la misma acción. En la medida en que este conjunto de células parecía “reflejar” las acciones de otro en el cerebro del observador, recibieron el nombre de neuronas espejo. Este descubrimiento que, como en tantas ocasiones en la historia de la ciencia, fue por azar, se ratificó posteriormente con experimentos específicamente diseñados para observar si las neuronas espejo se activaban ante la observación de acciones (y no sólo durante su ejecución), y si estaban implicadas en la comprensión de las acciones (activándose cuando el mono no podía ver la acción realmente, pero tenía suficientes datos para producir una representación mental de la misma, es decir, cuando podía imaginarla).

La confirmación de esta actividad de las neuronas espejo llevó a preguntarse si este mismo sistema existía también en los seres humanos, lo cual se ha demostrado a partir de numerosos experimentos en los que han sido de incalculable ayuda las técnicas de neuroimagen.

Los conjuntos de neuronas espejo parecen codificar plantillas para acciones específicas, lo cual permite a un individuo no sólo llevar a cabo acciones motoras sin pensar en ellas, sino también comprender las acciones observadas, sin necesidad de razonamiento alguno.

Dicho de modo más sencillo: si hasta ahora considerábamos que el movimiento, por ejemplo de una mano, era el resultado de un proceso mental en el que, analizadas por el cerebro las percepciones y datos sensoriales, se emitía una respuesta adecuada (que, en el caso de acciones intencionales complejas, requeriría de unas capacidades cognitivas realizadas por regiones especializadas para ello), y que la zona motora del cerebro era la encargada de ejecutar dicha respuesta en forma de movimiento, ahora parece ser que el sistema motor es mucho más complejo, y puede ser el sustrato neural de procesos atribuidos al sistema cognitivo.

Esto tiene dos importantes consecuencias: por una parte, obliga a revisar lo que hasta este momento se ha venido afirmando respecto a las regiones motoras del cerebro (el sistema motor no puede ser ya concebido como un mero “ejecutor pasivo” de órdenes emitidas por otra región cerebral, parece tratarse más bien de un complejo entramado de zonas corticales diferenciadas, capaces de realizar las funciones sensoriomotoras que parecerían propias de un sistema cognitivo superior) y por otro lado, supone un importante reto para nuestras convicciones filosóficas acerca de la importancia de la comprensión consciente de los actos humanos.

La importancia de estos descubrimientos es de tal categoría que un prestigioso investigador como V.S. Ramachandran no tiene ningún reparo en afirmar que «las neuronas espejo harán por la psicología lo que el ADN hizo por la biología: proporcionarán un marco unificador y ayudarán a explicar una multitud de capacidades mentales que hasta ahora han permanecido misteriosas e inaccesibles a los experimentos». Y, por cierto, el mismo autor afirma que no se ha divulgado suficientemente este enorme salto científico, y que esta frase suya tan llamativa sobre la relevancia de las neuronas espejo ¡es más famosa que el descubrimiento de Rizzolatti y otros investigadores!.

(Artículo completo en: Tendencias 21. 12/04/2007
"Las neuronas espejo nos ayudan a comprender las intenciones de los otros"

http://www.tendencias21.net/Las-neuronas-espejo-nos-ayudan-a-comprender-las-intenciones-de-los-otros_a1498.html)




miércoles, 13 de abril de 2011

Utopías posibles: un mundo mejor

En muchas ocasiones parece que el mundo anda demasiado descabezado y descorazonado como para tener alma y ser salvable. Cual si de una jungla se tratara, se muestra hostil e insufrible, porque las personas que lo habitan parecen preferir la violencia al diálogo, la oposición a la colaboración, el egoísmo a la solidaridad. Ya decía Sartre aquello de que "el infierno son los otros". Y en ocasiones tiene razón.

Ante tanta destrucción, dificultades y agravios a lo humano, ¿cómo poder seguir creyendo en las personas? ¿cómo seguir luchando por un mundo mejor?

Pues precisamente por eso.

El principal valor de la ética es construir utopías posibles, promover ideales que establecen lo que debería ser, sin el error de la ingenuidad, pero sí con la convicción de aquello por lo que merece la pena luchar.

Es más fácil tirar la toalla, dejarse llevar por el desánimo o la desgana, adoptar una actitud cínica y desvinculada, aparentando indiferencia o descreimiento. Es más fácil considerar que tal como está el mundo sólo cabe el "sálvese quien pueda". Es más fácil echar la culpa a los otros, a la realidad, a las circunstancias, al contexto, sin preguntarse qué podríamos hacer para cambiarlo.

Lo auténticamente valiente es atreverse a seguir soñando con un mundo mejor, construir desde el espacio limitado de cada uno en donde las acciones tienen repercusiones, aunque sea a pequeña escala.

Lo que diferencia a los "idealistas" es que quieren seguir creyendo, actúan como si fuera posible, viven de acuerdo con ese ideal, y -aunque sepan que su lucha es probablemente inútil y sus propuestas están abocadas al fracaso- no se dejan vencer por el desánimo, por la tozuda realidad, o por quienes les tachan de soñadores. ¿Acaso hay algo más importante y noble que apostar por un mundo mejor?

Esta es la llamada de atención de una hermosa película: "En un mundo mejor" (Hævnen), dirigida por Susanne Bier. Premiada con el Oscar a la mejor película extranjera este año. http://dai.ly/giAEHO En ella vemos una apuesta por un modo de vida que renuncia a la violencia, que argumenta en favor de una actuación responsable y realizada desde la convicción personal, que, sin mostrarlo expresamente, está apostando por un mundo mejor: el que vivirán los niños que están aprendiendo cómo ser personas en una sociedad injusta.

Merece la pena luchar por utopías posibles. Merece la pena apostar por un mundo mejor.



Y en medio del desánimo, también una sonrisa viene bien, aunque proceda de una campaña publicitaria. Merece la pena compartir un poco de optimismo.

lunes, 11 de abril de 2011

Blogosfera, realidad virtual y ciudadanía

Hace algunos años nadie hubiera imaginado que podríamos tener un mundo interconectado, en el que dispondríamos de toda la información en cuestión de segundos. Véase el ejemplo de la Biblioteca Digital Mundial (http://www.wdl.org/es/), un precioso proyecto que pone a disposición del mundo, de modo gratuito, materiales publicados de todas las épocas y culturas, en diferentes lenguas. La labor concienzuda y paciente de los investigadores que debían revisar miles de fichas, documentos, obras de referencia e índices de publicaciones y artículos en papel, a la búsqueda de un dato, una fecha, un texto, les llevaba horas, días, meses o años. Y por supuesto esa labor todavía se realiza, por parte de muchos, con el cariño y la dedicación de antaño. Porque el mundo de las comunicaciones y las tecnologías de la información ha avanzado "que es una barbaridad" (como se decía de las ciencias en aquella zarzuela "La Verbena de la Paloma"). Nos ha acercado a todo y a todos, y nos ha generado una sensación de omnipotencia informativa, porque "todo está en internet", todo es accesible y, si no lo es ahora, lo será mañana. Pero, a pesar de ello, quizá por fortuna, no todo está, ni probablemente debe estar, y hay muchas cosas a donde no llegan "las redes de la red". Sea como fuere, que no es momento de hacer pronósticos (pues si algo sabemos es que, con frecuencia, la realidad supera a la ficción), lo cierto es que el poder de internet, de las redes sociales, de la blogosfera, son imponentes, omnipresentes y sorprendentes. Los acontecimientos socio-políticos a los que estamos asistiendo en los últimos tiempos dan fe de cómo el poder de los ciudadanos llamados "anónimos" (aunque en realidad siempre fueron personas con identidad que se implicaron como uno más, pero no como uno cualquiera) se ha hecho más extenso y capaz a través de la red. Una llamada a la revolución, una denuncia de un abuso, o un comentario sobre lo que sucede y lo que debería suceder, se convierten, como una creciente bola de nieve, en fenómenos de masas que a la sociología del pasado le resultarían inexplicables. Los ciudadanos se han "puesto en marcha", abandonando la pasividad y actuando de modo real o virtual, con su presencia, comentarios, acciones y difusión. Lo cual, sin duda, además de acercar a personas y culturas, poner la información y el saber a disposición de todos, y permitir la comunicación y el conocimiento, también incluye graves riesgos y la necesidad de una enorme responsabilidad. La clave para que la red no se convierta en un monstruo voraz que nos devore con sus fauces incansables es la educación. La participación de los ciudadanos es esencial, pero es imprescindible que dispongan de formación para poder interpretar, seleccionar y manejar adecuadamente la ingente cantidad de información disponible. Es necesario emplear herramientas conceptuales, lingüísticas, reflexivas, argumentativas, etc. que permitan moverse con soltura en el proceloso mar de los comentarios, los blogs, las declaraciones y los innumerables "dimes y diretes". Es fundamental que cada persona pueda hacerse una idea cabal de las interrelaciones y contextos que dotan de sentido las palabras y los acontecimientos, para que, desde la pluralidad de opciones, pueda elegir en libertad, con sabiduría y prudencia, sin ser manipulado, coaccionado, engañado, o convencido. Ser ciudadano es asumir un papel de responsabilidad. En un mundo como el nuestro ya no es posible vivir sin implicarse, ni tomar decisiones sin saber. La red nos acoge, nos ofrece datos y opiniones, nos atrapa, nos abre posibilidades, nos enreda, pero también nos exige conocer sus límites y tener conciencia de que, por enormes y aparentemente inalcanzables que sean sus extremos, la realidad está más allá, en un mar más ancho, más profundo y más libre.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Boletín Bioética Complutense

Acaba de publicarse el Boletín Bioética Complutense nº6, correspondiente a este mes de Marzo (puede verse a través del enlace del margen derecho de esta página). En él pueden encontrarse reflexiones, análisis, aportaciones de muy diversos tipos, desde la experiencia personal hasta los estudios más rigurosos. Este espacio de comunicación de la bioética requiere, como otros, de la colaboración de todos. En los tiempos que corren, disponer de algo de tiempo para escribir, para aportar un pensamiento, para estudiar un tema, es casi una acción heróica. Sin embargo, es imprescindible. Los tiempos de penuria, tanto económica como intelectual, deberían ser acicates para la reflexión, en lugar de escudos o justificaciones para la indiferencia, el desaliento o la falta de compromiso. Por ello, hay que dar la bienvenida y el aplauso a quienes, con su esfuerzo, su ilusión y sus ganas de no dejarse vencer por las dificultades, escriben en este Boletín y en otros foros bioéticos, aportando su granito de arena al cultivo del diálogo y la profundización en temas que nos interesan a todos. Gracias a los que han querido colaborar en él. Y gracias también a los cientos de lectores anónimos y silenciosos, tanto del Boletín como de este Blog, que mantienen vivo el interés aunque no lo expresen visiblemente. Sin ellos, probablemente no tendría sentido este esfuerzo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Enciclopedia de Bioderecho y Bioética


Se presentó ayer en Madrid la Enciclopedia de Bioderecho y Bioética, dirigida por Carlos Romeo Casabona. Un ambicioso proyecto que comenzó hace tres años y que ahora ve la luz, reuniendo a más de 200 autores y más de 300 voces, en una obra magnífica muy necesaria en el ámbito de habla hispana, donde no existía nada semejante hasta ahora.


Los valores principales de esta Enciclopedia, destacados en la presentación de ayer, fueron su oportunidad, para cubrir un vacío importante en una disciplina de tanto desarrollo como la bioética en nuestra lengua; la interdisciplinariedad, que es la clave del abordaje completo y especializado de los temas aquí tratados, todos ellos expuestos por expertos de reconocido prestigio; y la pluralidad, pues la obra recoge diferentes opiniones, perspectivas y presupuestos ideológicos, conformando un panorama amplio de la realidad de la reflexión ética y jurídica sobre los temas de la biomedicina y de las ciencias de la vida en general.


Sin duda, una obra que merece ser consultada y que encontrará acogida entre los estudiosos de estos temas y también entre el público interesado.

viernes, 4 de marzo de 2011

Javier Gafo

El próximo 5 de Marzo se cumplen 10 años desde la triste desaparición de Javier Gafo, quien fue director de la Cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.
Profesor de muchas personas que reconocieron en él a una persona dialogante, convencido de que pensar juntos era mejor que imponer verdades, y que para hacer buena bioética había que partir de buenos conocimientos, Javier Gafo fue, sin duda, uno de los iniciadores de la bioética en España, y su influencia ha sido muy importante.
Más allá del acuerdo o desacuerdo con sus opiniones, J. Gafo supo buscar el diálogo interdisciplinar. Buena prueba de ello es el Seminario Interdisciplinar de Bioética que se realiza anualmente, desde hace 25 años, y del que surge una interesante colección de libros titulada "Dilemas éticos de la medicina actual". Este año 2011 se celebrará, en Mayo, un nuevo Seminario, cuyo tema es precisamente el análisis de lo realizado en este cuarto de siglo.
Sobre la figura de Javier Gafo habla en su blog Juan Masiá (http://www.juanmasia.net/), quien también fue director de la Cátedra de Bioética, y que comparte ese ideal divulgativo, interdisciplinar, abierto y comprometido. Hablando de J. Gafo, opina J. Masiá: «La conjugación de estos cuatro elementos -aclarar, conversar, interpretar y meditar- fue el secreto de su dedicación bioética, punto de encuentro de personas, de problemas y de saberes.»
Hacer de la bioética un espacio de deliberación, diálogo respetuoso, apertura de pensamiento, promoción de la responsabilidad, aprendizaje constante y compromiso con las personas, las ideas, el mundo y la vida es la mejor tarea en la que cabe empeñarse. En ella estamos embarcados muchos de nosotros, en ella estuvo también Javier Gafo.

jueves, 24 de febrero de 2011

Cerebro femenino, cerebro masculino

Las diferencias entre hombres y mujeres han sido siempre objeto de estudio, debate, críticas y bromas variadas. Sin embargo cabe preguntarse hasta qué punto la descripción de esos elementos presuntamente diferenciadores se basa en realidades, o es meramente un conjunto de tópicos malintencionados.
En buena medida el debate ha estado centrado en la diferente relevancia que se le ha concedido al elemento biológico (nature) y al elemento cultural (nurture). Para algunos, lo que somos depende principalmente de elementos “naturales”, biológicos, no elegidos, que determinan nuestros comportamientos y nos hacen ser de un cierto modo, irrenunciable y condicionado previamente. Para otros, la clave de nuestra identidad está en lo que el medio ha hecho con nosotros, lo que el aprendizaje, los condicionantes socioculturales o las tradiciones han querido ir configurando. Estos dos extremos, biologicismo y sociologismo, se han ido disputando su prevalencia en las diferentes épocas. Probablemente ambos tienen parte de razón en sus presupuestos y probablemente hay elementos tanto biológicos como culturales que explican nuestra identidad como personas.
En la última época estamos asistiendo a un cierto "reverdecimiento" de las posturas más biologicistas, por obra de los nuevos datos de la neurobiología y las conclusiones, un tanto reduccionistas, que de ellos se extraen. Una forma de naturalismo simplista parece amenazarnos con respuestas demasiado claras, demasiado fáciles, demasiado incuestionables, a todas esas preguntas sobre la identidad moral de las personas que han tenido a los filósofos en danza durante siglos.
En relación a las diferencias cerebrales, en el año 2006 se publicó un libro que desató una enorme polémica en los medios de comunicación. Su autora, Louann Brizendine (neurobióloga de formación, médico especialista en terapia hormonal y profesora de neuropsiquiatría en la Universidad de California), saltó a la primera plana por un libro titulado El cerebro femenino.
Brizendine afirma que las mujeres están especialmente preparadas para la comunicación, la empatía, la percepción de las emociones; ellos, en cambio, lo están para la acción. Según esta autora, las emociones “disparan en ellos menos sensaciones viscerales y más pensamiento racional”.
La obra fue superventas en Estados Unidos, pero desató una fuerte polémica ya que varios científicos le pusieron serias pegas. La autora tuvo que admitir que algunos datos de la primera edición de El cerebro femenino no son correctos. En concreto, los relativos al lenguaje. Según Brizendine, ellas usan al día unas 20.000 palabras (y hablan el doble de rápido), y ellos, 7.000. Mark Liberman, especialista en fonética en la Universidad de Pensilvania, afirmó que no había fuentes sólidas para hacer tal afirmación.
Sin embargo y a pesar de estas objeciones, y de la corrección realizada por la propia autora, esta afirmación sobre el número de palabras utilizadas es el titular que salió en todos los medios, que generó no pocas bromas, y del que el público se acuerda. Un señor con una esposa muy habladora lee en el periódico un estudio científico que asegura que las mujeres usan cada día unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan 7.000. El hombre enseña la noticia, feliz de poder demostrar que ella es un loro. “¿Lo ves?”.“¿Y no será porque tenemos que repetir mucho lo que decimos?”, dice ella. “¿Cómo?”, responde él.
Por supuesto, el libro es mucho más interesante de lo que estas anotaciones pueden dejar entrever, y requiere una reflexión bastante más seria. Sin embargo, como en tantas otras ocasiones, los medios de comunicación se convierten en transmisores más o menos sesgados de los debates científicos, en propiciadores del mantenimiento o derrumbamiento de los estereotipos, o motores para la exlusión de determinadas posiciones, haciendo gala del poder que les concedemos.
Brizendine publicó en el 2010 otro libro que complementa el anterior: El cerebro masculino. Misteriosamente, éste no ha estado tan presente en los titulares ni ha sido demasiado expuesto en los escaparates de las librerías. Sin embargo, el debate sigue abierto.

lunes, 14 de febrero de 2011

La pócima del amor

Activación de las zonas cerebrales ligadas a la recompensa, oxitocina, vasopresina, feromonas... todos los años, por estas fechas, surgen artículos varios que, según parece, tratan de convencernos de que eso del amor es tan sólo una ilusión, que todo es reducible a química y física y neurobiología, que en el fondo somos esclavos de nuestra naturaleza.

Ciertamente, al patrón de los enamorados esto no le hace mella alguna. Pues, auxiliado por una notable campaña de marketing y publicidad, propia de nuestra sociedad de consumo, sigue concitando a jóvenes y mayores al culto al amor.

Frívolo o serio, el amor sigue siendo una fuerza poderosa. Lo que, en tiempos de penuria y de escasa confianza en otros valores que no sean el dinero o el poder, aporta al menos una esperanza. Que los centros comerciales nos bombardeen con incalificables corazones no le resta ni un ápice de su valor a ese sentimiento profundo que une a las personas, que alimenta el espíritu, que da fuerza para afrontar las dificultades, que nos sostiene y nos conforta. Y que en ocasiones también nos coloca una tonta sonrisa en el rostro, que filtra la realidad para que parezca (no podía ser de otro modo) de color de rosa. Bendito amor.

En el futuro, al parecer, la neurobiología dará un paso más: no sólo será capaz de explicar por qué nos enamoramos, sino que nos ofrecerá toda una serie de recursos (principalmente químicos) para poder mejorar este aspecto de nuestra vida. Podremos tener un mayor atractivo, iniciar (o terminar) con más eficacia las relaciones, mejorar la calidad de nuestros afectos, etc. Una forma de "neuromejora" (neuroenhancement) que puede ser de gran utilidad en la sociedad.

Encontrar la "pócima del amor" es un sueño largamente acariciado por la humanidad. Pero ahora ya no tendremos que recurrir a la bruja fea o al hada mágica, tan sólo a la farmacia.
No es ciencia ficción. Ýa estamos utilizando fármacos que nos ayudan a mejorar nuestra atención, nuestra memoria, nuestro estado de ánimo, etc. Y en el marco de las neurociencias, la posibilidad de mejora de las capacidades intelectuales y emocionales está siendo analizada y discutida con entusiasmo.

Desde el punto de vista de autores como Julian Savulescu o Anders Sandberg, que ya han suscitado notables polémicas en otros temas, no hay diferencias sustanciales entre la valoración ética que podemos hacer de una copa de vino, unas velas y una música romántica, un masaje, una terapia de pareja, o una pastilla, para posibilitar y favorecer el encuentro amoroso. Todas estas posibilidades son estrategias para promover un valor positivo, como es el amor. La diferencia estriba en que unas son culturales, ambientales, externas al individuo y, aparentemente elegidas libremente, mientras que la otra es biológica.

Sin embargo, Savulescu utiliza en este tema el mismo argumento que ya ha empleado en otras ocasiones: si disponemos de los medios (biológicos, neurológicos) que pueden mejorar las capacidades de los individuos, las objeciones para utilizarlos no son sólidas sino que, en su opinión, expresan más bien miedos y situaciones inmovilistas irracionales, que se aferran a una ingenua confianza en la evolución, que es azarosa y no necesariamente buena. Si aceptamos la modificación de los comportamientos de los individuos a través de medios externos como la cultura, la educación, el aprendizaje y el entrenamiento, o incluso la alimentación o ciertos fármacos, ¿por qué no aceptar las posibilidades biológicas de mejora?.

Para Savulescu, si existe la posibilidad de mejorar, no hacerlo sería inmoral. Si el amor es uno de los aspectos fundamentales de la existencia humana, y está en gran parte determinado biológicamente, deberíamos utilizar nuestros conocimientos neurocientíficos sobre el amor para mejorar la calidad del amor por medio de la manipulación biológica.
Pensar en serio sobre estos temas produce incomodidad en muchas personas. Parecería que se nos conmueven los cimientos de algunas convicciones profundas sobre temas que atañen a nuestra misma condición humana. Sin embargo, es necesario reflexionar y evaluar las opciones, pues cuanto mayores son las posibilidades que abre nuestro conocimiento, mayor es también nuestra responsabilidad.

Y el tema, qué duda cabe, es apasionante. Porque el amor mueve y transforma, crea y abre, arrastra y conmueve. Ya decían los Beatles: "all you need is love" (todo lo que necesitas es amor).

miércoles, 9 de febrero de 2011

Bebés esperanza

El pasado 26 de Enero nació en el hospital francés Antoine Béclère el pequeño Umut-Talha ("nuestra esperanza" en turco). Sus hermanos mayores padecen una enfermedad genética de la sangre, llamada beta-talasemia, y los padres decidieron tener este hijo como un "bebé de doble esperanza": además de ser recibido con todo el amor por ser una nueva vida, la sangre del cordón umbilical servirá para intentar curar a sus hermanos. Para ello, los padres han tenido que recurrir a una fecundación in vitro, y a un diagnóstico preimplantatorio, para determinar si el embrión estaba sano y si era un donante compatible.
Es la primera vez que se realiza esta técnica en Francia, donde la ley lo permite desde 2004. Y aún es una técnica poco extendida en el mundo.
El debate ético sobre esta posibilidad se encuentra ya en su misma denominación: se les ha llamado "bebés medicamento", pero también "hermanos salvadores" (saviour siblings). Quienes se oponen a este procedimiento subrayan el hecho de que al realizar un diagnóstico preimplantatorio se descartan aquellos embriones que no están sanos o que no son compatibles, lo cual supondría una forma de discriminación. Además, consideran que esta "utilización" del hijo con el fin de salvar a su hermano, no es aceptable porque supone una instrumentalización del ser humano.
Para sostener esta última afirmación suelen recurrir al filósofo I. Kant, quien, en una de sus formulaciones del imperativo categórico, establecía una obligación de respeto a la dignidad de las personas. El valor intrínseco de los seres racionales implica que no pueden ser usados o instrumentalizados al servicio de otro fín. Es lo que se resume en el mandato:
«Obra de tal modo que trates la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.»
Sin embargo, suele haber una equivocación importante en la interpretación de este imperativo kantiano. Es verdad que Kant promueve una ética del respeto a los seres racionales, sin embargo, nuestro filósofo es más profundo de lo que se suele entender y ese matiz de la frase donde se dice "nunca solamente" es determinante.
Kant parte de la experiencia moral que tenemos todas las personas. Y en ella observamos que, continuamente, nos "usamos" los unos a los otros: el profesor es "utilizado" por sus alumnos para aprender cosas, el médico es un "medio" para el paciente que desea restablecer su salud, el conductor del autobús "sirve" para llegar al destino, etc. Todos somos medios para otros. Todos aportamos cosas y servimos a fines distintos de nosotros mismos. Lo que Kant quiere decir no es que todo esto sea incorrecto, sino que lo éticamente objetable es que solo considerásemos a las personas como medios, sin respetar su condición y su dignidad. No podemos tratar al conductor igual que tratamos al autobús, porque el conductor es una persona que merece respeto, es un fín en sí mismo, y el autobús es un objeto, es un medio. Confundir ambas cosas es un grave error. No debemos cosificar al conductor, no debemos instrumentalizarlo tratándolo como un mero medio. Pero no por ello podemos decir que el hecho de que sea, además de un ser con dignidad, un medio para nuestros fines, sea algo inmoral.
Por si todo esto fuera poco, las razones por las que alguien pueda desear tener un hijo están en un terreno privado y personal, y sólo pueden ser objeto de promoción, no de exigencia externa. No obstante, esto se mueve en otro nivel de argumentación que no abordaremos aquí.
Comprendido adecuadamente el contenido del mandato kantiano, parece claro que la decisión de unos padres de concebir un hijo que pueda ser la esperanza de salvación para un hermano enfermo, sólo podría considerarse una instrumentalización en el caso de que los padres quisieran a este bebé solo como medio para curar a sus otros hijos. Y curar a un hijo enfermo es, sin duda, un fin noble y legítimo. Sin embargo, se puede pensar que estos padres querrán a su hijo por sí mismo y, aún más, por ser el artífice de la salvación de sus hermanos. Será un "bebé de doble esperanza". Y esto, más que nada, parece un inmenso acto de amor.

viernes, 4 de febrero de 2011

Ciclo de conferencias sobre trasplantes

Ayer Jueves 3 de Febrero dio comienzo el ciclo de conferencias titulado "Influencia social del trasplante de órganos" en la Real Academia Nacional de Medicina. Los próximos días 10 y 17 de Febrero tendrán lugar las dos siguientes. http://www.ranm.es/images/pdf/actos/20110203_trasplantes.pdf
La sesión fue de enorme interés, y especialmente relevante la intervención del Dr. Diego Gracia respecto a los aspectos éticos.
El trasplante con donante vivo ofrece un marco de problemas algo diferentes de lo que clásicamente se ha planteado en este tema. La razón es evidente: se trata de ofrecer una esperanza para el receptor del órgano o tejido, por medio de una acción que daña al donante. Sin duda, el fin que se persigue es legítimo: salvar vidas. Pero cabe preguntarse si este fin justifica cualquier medio o si, como parece más prudente, conviene examinar con cuidado los valores que se ponen en juego.
La voluntariedad de la donación debe quedar asegurada lo máximo posible. Aunque los donantes puedan sentir una obligación moral de donar, debe velarse por que no existan otras presiones o coacciones externas, pues nunca puede exigirse la donación.
Por supuesto, el donante debe haber recibido la información y asesoramiento pertinentes. Y recibir los cuidados más adecuados, pues, en el momento en que realice la donación, se convierte, real o potencialmente, en paciente vulnerable.
Pero además, debe tenerse en cuenta que, por más que haya argumentos muy contundentes en favor de la utilización de estos órganos, tanto por razones de escasez, como por razones técnicas que avalan la idoneidad de estas donaciones de vivo por los buenos resultados de los injertos, el donante recibe un daño objetivo que, si existiera otra opción posible para salvar la vida del receptor, debería ser evitado.
Sin duda un tema apasionante sobre el que merece la pena reflexionar.

sábado, 29 de enero de 2011

Dioses y hombres

Una de las características más notables de la bioética actual (la ética en general) es su perspectiva multicultural y global. De hecho, suele hablarse del “giro cultural” en bioética para referirse a esta atención que se presta a las diferencias entre distintos grupos, poblaciones, tradiciones, religiones, costumbres, etc. que, en un mundo cada vez más interrelacionado, necesitan articularse.
La tolerancia y el respeto pueden entenderse como un mero pacto de no agresión, como una cierta indiferencia y no injerencia que “vive y deja vivir”, pero también como un compromiso con la defensa del espacio de convivencia desde lo que nos hace diferentes, asumiendo que compartimos las experiencias de lo humano, por más que lo hagamos desde perspectivas bien distintas.
Ya decía J. Ortega y Gasset que cada individuo es un punto de vista sobre el universo, y que no podemos prescindir de ninguno de ellos. Cada perspectiva aporta algo, cada modo de ver el mundo enseña otra manera de mirar. Por eso todas son importantes para alcanzar la verdad, ninguna prescindible, y ninguna completa ni perfecta.
Sin embargo, no siempre somos capaces de integrar la diferencia, de escuchar lo que es distinto con afán de entenderlo, de buscar los puntos comunes en lugar de subrayar los disonantes, de respetar los otros modos de vivir, de pensar, de sentir... En la búsqueda compartida de un ideal común: la humanidad.
Todos pertenecemos a comunidades locales, a espacios donde sentimos que estamos con “los nuestros” (nuestro país, nuestra comunidad lingüística, nuestro equipo deportivo, nuestro grupo religioso, nuestros amigos, nuestra familia…), ellos nos confieren nuestra identidad, nuestros valores, nuestra cosmovisión. Pero los estoicos se dieron cuenta, hace mucho, de que todos pertenecemos también a una comunidad más grande: la humanidad. Y no son necesariamente incompatibles, por más que la realidad de las personas, se empeñe tozudamente en lo contrario.
Este es el tema de una magnífica película: “De dioses y hombres” (“Des hommes et des dieux”. Xavier Beauvois. Francia, 2010). El respeto y la ayuda a las personas frente a la intolerancia y el fanatismo. La convivencia en paz entre confesiones religiosas diferentes, frente a la aniquilación y la destrucción. El agradecimiento, la lealtad y el amor frente a la violencia.

miércoles, 26 de enero de 2011

¿Los bebés saben de moral?

En Mayo de 2010 aparecía en The New York Times Magazine un curioso artículo firmado por Paul Bloom, profesor de psicología en Yale, titulado “La vida moral de los bebés”. (http://www.nytimes.com/2010/05/09/magazine/09babies-t.html)
Según explicaba, los experimentos con bebés van aportando una evidencia que sugiere la existencia de un rudimentario sentido moral en los seres humanos, desde el inicio de la vida. Al parecer se encuentran esbozos de pensamientos, sentimientos y juicios morales desde el primer año de vida, lo que le lleva a afirmar que habría un sentido del bien y el mal casi innato.
Ya desde antiguo se viene discutiendo si los seres humanos somos como una “tabla rasa”, es decir, si no tenemos cualidades o informaciones innatas, de modo que todo es adquirido, o si existen ciertos elementos que están ya “inscritos” en nuestra mente, y si éstos son meras posibilidades o capacidades que deben desarrollarse, o son auténticos contenidos que determinan nuestra conducta y pensamientos. El debate es intenso, profundo y largo, y ha llevado a autores como Steven Pinker (La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. 2003) a rescatar viejas diatribas filosóficas sobre la posible existencia de una naturaleza humana, compartida por todos, y por tanto común y universal.
Paul Bloom no llega a decir que existan unos contenidos concretos predeterminados e inmutables, más bien apunta que la socialización y el aprendizaje son esenciales y críticos porque los bebés y los niños tienen un “sentido natural” del bien y el mal que diverge del modo en que los adultos queremos que se desarrolle. Esta última afirmación es, cuando menos, intrigante: ¿significa que la educación moral apunta en un sentido diferente del “natural”? ¿Realmente los comportamientos presuntamente espontáneos de los bebés revelan un modo natural de moralidad? ¿La educación es un modo de “corregir” las tendencias naturales?
Quizá, más bien, habría que pensar que una capacidad es tan sólo eso: un esbozo posibilitante que tiene que ser configurado. Evidentemente, si no tuviéramos una capacidad moral, no sería posible hablar de moralidad en el ser humano. Pero conviene no olvidar la distinción que ya hiciera J.L. López Aranguren entre “moral como estructura” y “moral como contenido”. Una cosa es que tengamos la posibilidad de ser morales (estructura) y otra bien distinta cuáles sean los contenidos específicos con los que hagamos elecciones, juicios y decisiones morales.
Bloom también recuerda que el tema del desarrollo moral ha sido trabajado por muchos psicólogos. Y que en muchos casos se ha considerado que los niños pequeños eran “perfectos idiotas” (en expresión de J. Rousseau) sumidos en la confusión, aunque con una enorme capacidad de aprendizaje.
El más famoso de los estudios sobre el desarrollo moral es, sin duda, el de Lawrence Kohlberg, que nos ha permitido afirmar que las éticas actuales han de ser postconvencionales, es decir, que no basta con el sometimiento a las normas establecidas, sino que la madurez moral se caracteriza por la capacidad de desarrollar la autonomía moral, tan cara al insigne I. Kant, allá por el siglo XVIII.
Exista o no un cierto sentido moral natural, lo cierto es que la educación tiene un papel fundamental en la formación de personas capaces de hacerse cargo responsablemente de su vida, y de tomar decisiones razonadas conforme a un ideal moral. Especialmente para evitar la deshumanización que se esconde tras ciertas formas de egoísmo, falta de compromiso, o imperio de la obediencia a las “modas” de comportamiento.

sábado, 22 de enero de 2011

La silla

Suele repetirse esa famosa anécdota de Gregorio Marañón que, al parecer, habiendo sido preguntado por cuál era el mayor descubrimiento que había hecho la medicina para poder sanar a los enfermos, respondió: "la silla". Una silla para sentarse al lado del enfermo y poder observar, escuchar y comprender.
Y es que nada hay tan importante como poder acompañar a quien sufre en ese episodio biográfico único de su enfermedad o de su padecimiento. Es verdad que la técnica puede hacer grandes cosas, que el poder de la ciencia ofrecerá, en mayor o menor medida, alguna explicación y, en el mejor de los casos, una posible sanación. Por eso es imprescindible formarse bien, tener buenos conocimientos, completos, actualizados, habilidades y herramientas bien aprendidas, bien entrenadas y perfeccionadas. Pero además, siempre, es necesario saber comunicarse con el paciente, saber hablar y, sobre todo, saber escuchar. Saber transmitir información, guardar silencio cuando sea necesario, ofrecer apoyo y consuelo, entender el significado que la vivencia del paciente tiene para su identidad, para su vida, para su futuro.
Lamentablemente las habilidades de comunicación no siempre se desarrollan todo lo que sería necesario. Y, lo que es peor, no se fomentan los valores que subyacen a esa herramienta: la solidaridad y compasión, la serenidad y la comprensión, el respeto y la tolerancia, el compromiso con el enfermo y la atención.
En un mundo marcado por la prisa, la eficiencia y la técnica, en ocasiones se olvida el más elemental de los instrumentos: la silla. La silla que iguala a los interlocutores y los acerca, que permite comunicarse desde la cercanía y la confidencia, que es símbolo de tiempo y dedicación, que genera una relación de confianza y la posibilidad de que, en un entorno de incertidumbre, ansiedad y sufrimiento, pueda aparecer algo humano que ofrezca apoyo, consuelo y esperanza.
Es verdad que ni el tiempo, ni la gestión de las tareas, ni la infraestructura de los centros, ni otras muchas características de los lugares donde se realiza la labor sanitaria facilitan esta aproximación. Pero, a pesar de las dificultades, es posible mejorar este aspecto con una actitud de comunicación. Esta es la clave.
Son las personas las que se comprometen con ciertos valores. Que la sociedad prefiera la crítica destructiva a la propuesta constructiva no es excusa para dejar de promover valores de comunicación. Que sea más frecuente el grito airado y la descalificación grosera que el silencio comprensivo y los argumentos razonados no es razón para dejar de defender la palabra y el diálogo como formas de entendimiento. Que la técnica y los artefactos aporten útiles herramientas para curar, no justifica que podamos obviar la comunicación con el enfermo, ni dejar de asistir a la narración de una vida en la que los eventos en los que participamos cobran uno u otro sentido, ofreciendo algo de nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro consuelo, con la ayuda de una silla.

jueves, 20 de enero de 2011

Donación de embriones

Se leyó publicamente ayer en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense la tesis doctoral titulada "La donación de embriones para pacientes latinoamericanos tratados con técnicas de reproducción humana asistida", cuyo autor es Jorge A. Alvarez Díaz, y cuyo director es Diego Gracia. Un estupendo e interesante trabajo que fue valorado muy positivamente por el tribunal.
Este trabajo tenía por objeto conocer y describir cuáles eran las opiniones sobre esta posibilidad de donación de embriones, de las personas que habían recurrido a las técnicas de reproducción asistida en diversos centros de varios países latinoamericanos.
La donación de embriones es, sin duda, un tema complejo y plagado de cuestiones que conviene analizar de modo ponderado y prudente. Por ejemplo, las opiniones sobre esta cuestión tendrán mucho que ver con la perspectiva que se adopte en torno al estatuto del embrión y la idoneidad o no de su crioconservación, en ello influirán concepciones antropológicas, religiosas, sociales, etc. que enmarcan la cuestión dentro de un planteamiento más amplio sobre la vida humana, la reproducción, etc. También será necesario distinguir los usos posibles de los embriones donados: con fines asistenciales (ayudar a otras personas a que puedan cumplir sus deseos reproductivos), o con fines de investigación (para obtener más conocimientos sobre las técnicas reproductivas, sobre las células troncales y sus posibilidades terapéuticas, etc.).
En medio de un fuerte debate como el que se está produciendo en relación a la deseabilidad o no de que los descendientes (hijos obtenidos por medio de técnicas de reproducción asistida utilizando gametos o embriones donados) puedan tener acceso a la información sobre los donantes, como parte del conocimiento de su identidad biológica, frente al derecho a la confidencialidad y a permanecer en el anonimato por parte de los donantes, sería interesante también reflexionar sobre las ideas de maternidad y paternidad, y cuánta importancia le concedemos a los vínculos biológicos o genéticos, frente a los vínculos de crianza y afecto.
Estos no son más que algunos apuntes de lo mucho que hay que pensar en relación a este apasionante tema.

lunes, 17 de enero de 2011

Bioética y cine


Bioética y Cine. De la narración a la deliberación.

Tomás Domingo Moratalla

San Pablo. Madrid, 2010.
Para los interesados en el cine como recurso educativo para temas de bioética, que no se conforman con poner películas como elemento ornamental, sino que quieren comprender el valor de la narración como herramienta hermenéutica para la deliberación moral.
Interesante, profundo, útil y muy bien hecho.
Muy recomendable.

Mucho que hacer

Definitivamente, hay mucho que hacer.
Comienza un año y la sensación es que todo está pendiente: lo que no se hizo, lo que se hizo pero uno no se quedó satisfecho, lo que ni siquiera fue pensado, lo que surge como nuevo... tanto por hacer...
La tentación es la de dejarse arrastrar por la realidad y sus dificultades: las fuerzas suelen andar justas, las batallas parecen perdidas, el tiempo siempre es escaso, las premuras de la vida cotidiana nos van agotando, lo urgente siempre hace que olvidemos lo importante...
Y tal como anda el mundo bien pudiéramos dedicarnos a la "buena vida", porque más parece que se impone la ley del "sálvese quien pueda" que el compromiso solidario. Aunque sea doloroso, es más sencilla una dramática convicción de que no podemos hacer nada.
Pero frente a la tozuda realidad y la desgana imperante, frente a los mensajes apocalípticos del fin de los tiempos, la proclamada pérdida de los valores y la crisis, todas las crisis, aquí apostamos por la responsabilidad de todos ante el mundo; por hacer algo, por poco que sea, por cambiar las cosas; por seguir creyendo que es posible; por transmitir esperanza y seguir creyendo en las personas; por construir antes que destruir; por proponer, pensar y hacer.
Bienvenidos todos los que quieren hacer algo, los que no se conforman, los que siguen pensando, los que tienen curiosidad e interés, los que creen que hay mucho por hacer.