miércoles, 20 de julio de 2011

Educar, mejorar, elevar la altura moral

      En un conocido texto de J. Ortega y Gasset (en "Por qué he escrito El hombre a la defensiva"), este filósofo afirmaba que la moral no es un ornamento superfluo y prescindible, sino el auténtico modo de ser de la persona que se crea a sí misma, que desarrolla su vocación (sí, un tener que ser ineludible que le hace vivir en autenticidad consigo mismo, como un quehacer continuo y dinámico, siempre inacabado y perfectible), y que por tanto cree en sí mismo y en sus posibilidades. A esto lo denominaba estar "alto de moral", al modo como lo decimos de un equipo deportivo que está confiado en sus capacidades para ganar o, por el contrario, desmoralizado, hundido, vencido ya de antemano.
    «Me irrita este vocablo, 'moral'. Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que está desmoralizado.

     Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino.»
     En buena medida, la situación actual es un caldo de cultivo idóneo para el desánimo y la desmoralización. Por un lado porque las dificultades económicas ahogan y preocupan, no dejando espacio, aparentemente, para otra cosa que la lucha por la supervivencia. Por otro lado, porque en situaciones críticas parece que todo esté justificado y que la ética, ahora sí, se convierta en un ornamento superfluo. Nada peor que esta forma de desmoralización, que une a la apatía y la incapacidad para afrontar los problemas una suerte de justificación válida de cualquier acción, por vil que ésta sea, en aras del logro de un objetivo presuntamente legítimo.
     Este preocupante diagnóstico tiene también un mal pronóstico si no reaccionamos pronto. Que las situaciones sean difíciles, no justifica que todo sea válido. Que sea necesario pelear por salir adelante, no hace morales las acciones inmorales. Que el futuro sea incierto, no valida la ley de la jungla, ni el "sálvese quien pueda", ni pisar cabezas o convertirse en un superviviente a costa de todo y de todos. Ahora, más que nunca, se pone a prueba nuestra capacidad de actuar correctamente en situaciones difíciles de gran incertidumbre. Que precisamente son las que llaman a nuestra condición humana, para que no se dé esa situación que tan acertadamente comentaba también Ortega y Gasset: que el tigre no puede destigrarse, pero el ser humano sí puede deshumanizarse.
     En este contexto, resulta interesante, intrigante y sugerente la reflexión que realiza el filósofo Guy Kahane (Uehiro Centre for Practical Ethics, Facultad de Filosofía, Universidad de Oxford) en relación a la posibilidad de mejorar los comportamientos éticos de las personas a través de sustancias químicas que pudieran alterar las funciones cerebrales -como una "píldora de la moral"- (http://www.project-syndicate.org/commentary/kahane1/English).
    Los seres humanos han confiado tradicionalmente en la educación, la persuasión, las instituciones sociales, el castigo, etc. como medios para controlar los comportamientos. Evidentemente, si pudiéramos disponer de una sustancia que nos hiciera mejores personas, muchos se opondrían, pero ¿tendrían un argumento sólido para oponerse a su uso? Si realmente pudiéramos conseguir que las personas fueran más solidarias, más colaboradoras, más justas ¿tendría sentido no utilizar esa posibilidad? ¿Deberíamos seguir confiando en métodos de mejora de los comportamientos que han demostrado ya su escasa eficacia a lo largo de la historia? Desde luego, el tema es al menos digno de ser pensado.
    Por supuesto, este debate se inscribe en la reflexión sobre la mejora y las posibilidades de modificación del ser humano que van poniendo a nuestra disposición la neurobiología u otras ciencias.
    Pero lo que aquí me interesa destacar, desde mi posición de profesora de ética y, por tanto, firme convencida y defensora de la potencia enorme de la educación como factor de transformación y mejora, es la necesidad de pensar seriamente sobre estas posibilidades y las razones para su uso.
    La reflexión de Kahane prosigue afirmando que sería ideal que los individuos pudieran explorar libremente modos de mejorarse a sí mismos. Como lo hemos estado haciendo hasta ahora: promoviendo una mayor autoconciencia, o fomentando la lectura de libros de filosofía moral. Pero también, ¿por qué no?, utilizando una hipotética "píldora de la moral" de la que pudiéramos disponer. De hecho, ya usamos otras sustancias para estar más despiertos y atentos, para mejorar la memoria o el rendimiento intelectual, para dejar de estar tristes y desanimados, etc. En este sentido no habría una gran diferencia.
    Sin embargo, parece que las personas no estarían tan dispuestas a utilizar esa píldora. Y podríamos estar tentados de pensar que se trata de una oposición fundada en convicciones bien razonadas, sobre la necesidad de promover el esfuerzo personal, la confianza en que el ser humano puede transformarse por un acto de voluntad, o incluso posiciones que quisieran preservar una subyacente naturaleza humana inmutable (si es que eso existe). Pero no. La afirmación de Kahane que revuelve las conciencias, la que es realmente inquisitiva, y que suscita una inquietante cuestión es que, quizá, la gente no querría tomar píldoras que les hiciera moralmente mejores, porque no está claro que las personas realmente quieran ser moralmente mejores. Los que necesitan más ayuda para mejorar, serían probablemente los que menos querrían mejorar.
      Y esto sí merece la pena pensarlo con calma.

No hay comentarios: