En Mayo de 2010 aparecía en The New York Times Magazine un curioso artículo firmado por Paul Bloom, profesor de psicología en Yale, titulado “La vida moral de los bebés”. (http://www.nytimes.com/2010/05/09/magazine/09babies-t.html)
Según explicaba, los experimentos con bebés van aportando una evidencia que sugiere la existencia de un rudimentario sentido moral en los seres humanos, desde el inicio de la vida. Al parecer se encuentran esbozos de pensamientos, sentimientos y juicios morales desde el primer año de vida, lo que le lleva a afirmar que habría un sentido del bien y el mal casi innato.
Ya desde antiguo se viene discutiendo si los seres humanos somos como una “tabla rasa”, es decir, si no tenemos cualidades o informaciones innatas, de modo que todo es adquirido, o si existen ciertos elementos que están ya “inscritos” en nuestra mente, y si éstos son meras posibilidades o capacidades que deben desarrollarse, o son auténticos contenidos que determinan nuestra conducta y pensamientos. El debate es intenso, profundo y largo, y ha llevado a autores como Steven Pinker (La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. 2003) a rescatar viejas diatribas filosóficas sobre la posible existencia de una naturaleza humana, compartida por todos, y por tanto común y universal.
Paul Bloom no llega a decir que existan unos contenidos concretos predeterminados e inmutables, más bien apunta que la socialización y el aprendizaje son esenciales y críticos porque los bebés y los niños tienen un “sentido natural” del bien y el mal que diverge del modo en que los adultos queremos que se desarrolle. Esta última afirmación es, cuando menos, intrigante: ¿significa que la educación moral apunta en un sentido diferente del “natural”? ¿Realmente los comportamientos presuntamente espontáneos de los bebés revelan un modo natural de moralidad? ¿La educación es un modo de “corregir” las tendencias naturales?
Quizá, más bien, habría que pensar que una capacidad es tan sólo eso: un esbozo posibilitante que tiene que ser configurado. Evidentemente, si no tuviéramos una capacidad moral, no sería posible hablar de moralidad en el ser humano. Pero conviene no olvidar la distinción que ya hiciera J.L. López Aranguren entre “moral como estructura” y “moral como contenido”. Una cosa es que tengamos la posibilidad de ser morales (estructura) y otra bien distinta cuáles sean los contenidos específicos con los que hagamos elecciones, juicios y decisiones morales.
Bloom también recuerda que el tema del desarrollo moral ha sido trabajado por muchos psicólogos. Y que en muchos casos se ha considerado que los niños pequeños eran “perfectos idiotas” (en expresión de J. Rousseau) sumidos en la confusión, aunque con una enorme capacidad de aprendizaje.
El más famoso de los estudios sobre el desarrollo moral es, sin duda, el de Lawrence Kohlberg, que nos ha permitido afirmar que las éticas actuales han de ser postconvencionales, es decir, que no basta con el sometimiento a las normas establecidas, sino que la madurez moral se caracteriza por la capacidad de desarrollar la autonomía moral, tan cara al insigne I. Kant, allá por el siglo XVIII.
Exista o no un cierto sentido moral natural, lo cierto es que la educación tiene un papel fundamental en la formación de personas capaces de hacerse cargo responsablemente de su vida, y de tomar decisiones razonadas conforme a un ideal moral. Especialmente para evitar la deshumanización que se esconde tras ciertas formas de egoísmo, falta de compromiso, o imperio de la obediencia a las “modas” de comportamiento.
miércoles, 26 de enero de 2011
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1 comentario:
Esto me recuerda a lo que, si no he entendido mal, Zubiri dice a propósito de los valores. Ëstos son construidos pero para poderlos construir tiene que haber un sentimiento de lo pulchrum o de lo bonun previo
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