Suele repetirse esa famosa anécdota de Gregorio Marañón que, al parecer, habiendo sido preguntado por cuál era el mayor descubrimiento que había hecho la medicina para poder sanar a los enfermos, respondió: "la silla". Una silla para sentarse al lado del enfermo y poder observar, escuchar y comprender.
Y es que nada hay tan importante como poder acompañar a quien sufre en ese episodio biográfico único de su enfermedad o de su padecimiento. Es verdad que la técnica puede hacer grandes cosas, que el poder de la ciencia ofrecerá, en mayor o menor medida, alguna explicación y, en el mejor de los casos, una posible sanación. Por eso es imprescindible formarse bien, tener buenos conocimientos, completos, actualizados, habilidades y herramientas bien aprendidas, bien entrenadas y perfeccionadas. Pero además, siempre, es necesario saber comunicarse con el paciente, saber hablar y, sobre todo, saber escuchar. Saber transmitir información, guardar silencio cuando sea necesario, ofrecer apoyo y consuelo, entender el significado que la vivencia del paciente tiene para su identidad, para su vida, para su futuro.
Lamentablemente las habilidades de comunicación no siempre se desarrollan todo lo que sería necesario. Y, lo que es peor, no se fomentan los valores que subyacen a esa herramienta: la solidaridad y compasión, la serenidad y la comprensión, el respeto y la tolerancia, el compromiso con el enfermo y la atención.
En un mundo marcado por la prisa, la eficiencia y la técnica, en ocasiones se olvida el más elemental de los instrumentos: la silla. La silla que iguala a los interlocutores y los acerca, que permite comunicarse desde la cercanía y la confidencia, que es símbolo de tiempo y dedicación, que genera una relación de confianza y la posibilidad de que, en un entorno de incertidumbre, ansiedad y sufrimiento, pueda aparecer algo humano que ofrezca apoyo, consuelo y esperanza.
Es verdad que ni el tiempo, ni la gestión de las tareas, ni la infraestructura de los centros, ni otras muchas características de los lugares donde se realiza la labor sanitaria facilitan esta aproximación. Pero, a pesar de las dificultades, es posible mejorar este aspecto con una actitud de comunicación. Esta es la clave.
Son las personas las que se comprometen con ciertos valores. Que la sociedad prefiera la crítica destructiva a la propuesta constructiva no es excusa para dejar de promover valores de comunicación. Que sea más frecuente el grito airado y la descalificación grosera que el silencio comprensivo y los argumentos razonados no es razón para dejar de defender la palabra y el diálogo como formas de entendimiento. Que la técnica y los artefactos aporten útiles herramientas para curar, no justifica que podamos obviar la comunicación con el enfermo, ni dejar de asistir a la narración de una vida en la que los eventos en los que participamos cobran uno u otro sentido, ofreciendo algo de nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro consuelo, con la ayuda de una silla.
sábado, 22 de enero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Cuánta razón, Lydia, y cuánta importancia tiene para nuestros pacientes.
Ellos nos lo están demandando continuamente, a veces claramente y otras veces sin saber argumentarlo con palabras ... es entonces cuando para llegar al mensaje hay que tener intención de interpretar gestos y miradas.
Publicar un comentario