sábado, 29 de enero de 2011

Dioses y hombres

Una de las características más notables de la bioética actual (la ética en general) es su perspectiva multicultural y global. De hecho, suele hablarse del “giro cultural” en bioética para referirse a esta atención que se presta a las diferencias entre distintos grupos, poblaciones, tradiciones, religiones, costumbres, etc. que, en un mundo cada vez más interrelacionado, necesitan articularse.
La tolerancia y el respeto pueden entenderse como un mero pacto de no agresión, como una cierta indiferencia y no injerencia que “vive y deja vivir”, pero también como un compromiso con la defensa del espacio de convivencia desde lo que nos hace diferentes, asumiendo que compartimos las experiencias de lo humano, por más que lo hagamos desde perspectivas bien distintas.
Ya decía J. Ortega y Gasset que cada individuo es un punto de vista sobre el universo, y que no podemos prescindir de ninguno de ellos. Cada perspectiva aporta algo, cada modo de ver el mundo enseña otra manera de mirar. Por eso todas son importantes para alcanzar la verdad, ninguna prescindible, y ninguna completa ni perfecta.
Sin embargo, no siempre somos capaces de integrar la diferencia, de escuchar lo que es distinto con afán de entenderlo, de buscar los puntos comunes en lugar de subrayar los disonantes, de respetar los otros modos de vivir, de pensar, de sentir... En la búsqueda compartida de un ideal común: la humanidad.
Todos pertenecemos a comunidades locales, a espacios donde sentimos que estamos con “los nuestros” (nuestro país, nuestra comunidad lingüística, nuestro equipo deportivo, nuestro grupo religioso, nuestros amigos, nuestra familia…), ellos nos confieren nuestra identidad, nuestros valores, nuestra cosmovisión. Pero los estoicos se dieron cuenta, hace mucho, de que todos pertenecemos también a una comunidad más grande: la humanidad. Y no son necesariamente incompatibles, por más que la realidad de las personas, se empeñe tozudamente en lo contrario.
Este es el tema de una magnífica película: “De dioses y hombres” (“Des hommes et des dieux”. Xavier Beauvois. Francia, 2010). El respeto y la ayuda a las personas frente a la intolerancia y el fanatismo. La convivencia en paz entre confesiones religiosas diferentes, frente a la aniquilación y la destrucción. El agradecimiento, la lealtad y el amor frente a la violencia.

miércoles, 26 de enero de 2011

¿Los bebés saben de moral?

En Mayo de 2010 aparecía en The New York Times Magazine un curioso artículo firmado por Paul Bloom, profesor de psicología en Yale, titulado “La vida moral de los bebés”. (http://www.nytimes.com/2010/05/09/magazine/09babies-t.html)
Según explicaba, los experimentos con bebés van aportando una evidencia que sugiere la existencia de un rudimentario sentido moral en los seres humanos, desde el inicio de la vida. Al parecer se encuentran esbozos de pensamientos, sentimientos y juicios morales desde el primer año de vida, lo que le lleva a afirmar que habría un sentido del bien y el mal casi innato.
Ya desde antiguo se viene discutiendo si los seres humanos somos como una “tabla rasa”, es decir, si no tenemos cualidades o informaciones innatas, de modo que todo es adquirido, o si existen ciertos elementos que están ya “inscritos” en nuestra mente, y si éstos son meras posibilidades o capacidades que deben desarrollarse, o son auténticos contenidos que determinan nuestra conducta y pensamientos. El debate es intenso, profundo y largo, y ha llevado a autores como Steven Pinker (La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. 2003) a rescatar viejas diatribas filosóficas sobre la posible existencia de una naturaleza humana, compartida por todos, y por tanto común y universal.
Paul Bloom no llega a decir que existan unos contenidos concretos predeterminados e inmutables, más bien apunta que la socialización y el aprendizaje son esenciales y críticos porque los bebés y los niños tienen un “sentido natural” del bien y el mal que diverge del modo en que los adultos queremos que se desarrolle. Esta última afirmación es, cuando menos, intrigante: ¿significa que la educación moral apunta en un sentido diferente del “natural”? ¿Realmente los comportamientos presuntamente espontáneos de los bebés revelan un modo natural de moralidad? ¿La educación es un modo de “corregir” las tendencias naturales?
Quizá, más bien, habría que pensar que una capacidad es tan sólo eso: un esbozo posibilitante que tiene que ser configurado. Evidentemente, si no tuviéramos una capacidad moral, no sería posible hablar de moralidad en el ser humano. Pero conviene no olvidar la distinción que ya hiciera J.L. López Aranguren entre “moral como estructura” y “moral como contenido”. Una cosa es que tengamos la posibilidad de ser morales (estructura) y otra bien distinta cuáles sean los contenidos específicos con los que hagamos elecciones, juicios y decisiones morales.
Bloom también recuerda que el tema del desarrollo moral ha sido trabajado por muchos psicólogos. Y que en muchos casos se ha considerado que los niños pequeños eran “perfectos idiotas” (en expresión de J. Rousseau) sumidos en la confusión, aunque con una enorme capacidad de aprendizaje.
El más famoso de los estudios sobre el desarrollo moral es, sin duda, el de Lawrence Kohlberg, que nos ha permitido afirmar que las éticas actuales han de ser postconvencionales, es decir, que no basta con el sometimiento a las normas establecidas, sino que la madurez moral se caracteriza por la capacidad de desarrollar la autonomía moral, tan cara al insigne I. Kant, allá por el siglo XVIII.
Exista o no un cierto sentido moral natural, lo cierto es que la educación tiene un papel fundamental en la formación de personas capaces de hacerse cargo responsablemente de su vida, y de tomar decisiones razonadas conforme a un ideal moral. Especialmente para evitar la deshumanización que se esconde tras ciertas formas de egoísmo, falta de compromiso, o imperio de la obediencia a las “modas” de comportamiento.

sábado, 22 de enero de 2011

La silla

Suele repetirse esa famosa anécdota de Gregorio Marañón que, al parecer, habiendo sido preguntado por cuál era el mayor descubrimiento que había hecho la medicina para poder sanar a los enfermos, respondió: "la silla". Una silla para sentarse al lado del enfermo y poder observar, escuchar y comprender.
Y es que nada hay tan importante como poder acompañar a quien sufre en ese episodio biográfico único de su enfermedad o de su padecimiento. Es verdad que la técnica puede hacer grandes cosas, que el poder de la ciencia ofrecerá, en mayor o menor medida, alguna explicación y, en el mejor de los casos, una posible sanación. Por eso es imprescindible formarse bien, tener buenos conocimientos, completos, actualizados, habilidades y herramientas bien aprendidas, bien entrenadas y perfeccionadas. Pero además, siempre, es necesario saber comunicarse con el paciente, saber hablar y, sobre todo, saber escuchar. Saber transmitir información, guardar silencio cuando sea necesario, ofrecer apoyo y consuelo, entender el significado que la vivencia del paciente tiene para su identidad, para su vida, para su futuro.
Lamentablemente las habilidades de comunicación no siempre se desarrollan todo lo que sería necesario. Y, lo que es peor, no se fomentan los valores que subyacen a esa herramienta: la solidaridad y compasión, la serenidad y la comprensión, el respeto y la tolerancia, el compromiso con el enfermo y la atención.
En un mundo marcado por la prisa, la eficiencia y la técnica, en ocasiones se olvida el más elemental de los instrumentos: la silla. La silla que iguala a los interlocutores y los acerca, que permite comunicarse desde la cercanía y la confidencia, que es símbolo de tiempo y dedicación, que genera una relación de confianza y la posibilidad de que, en un entorno de incertidumbre, ansiedad y sufrimiento, pueda aparecer algo humano que ofrezca apoyo, consuelo y esperanza.
Es verdad que ni el tiempo, ni la gestión de las tareas, ni la infraestructura de los centros, ni otras muchas características de los lugares donde se realiza la labor sanitaria facilitan esta aproximación. Pero, a pesar de las dificultades, es posible mejorar este aspecto con una actitud de comunicación. Esta es la clave.
Son las personas las que se comprometen con ciertos valores. Que la sociedad prefiera la crítica destructiva a la propuesta constructiva no es excusa para dejar de promover valores de comunicación. Que sea más frecuente el grito airado y la descalificación grosera que el silencio comprensivo y los argumentos razonados no es razón para dejar de defender la palabra y el diálogo como formas de entendimiento. Que la técnica y los artefactos aporten útiles herramientas para curar, no justifica que podamos obviar la comunicación con el enfermo, ni dejar de asistir a la narración de una vida en la que los eventos en los que participamos cobran uno u otro sentido, ofreciendo algo de nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro consuelo, con la ayuda de una silla.

jueves, 20 de enero de 2011

Donación de embriones

Se leyó publicamente ayer en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense la tesis doctoral titulada "La donación de embriones para pacientes latinoamericanos tratados con técnicas de reproducción humana asistida", cuyo autor es Jorge A. Alvarez Díaz, y cuyo director es Diego Gracia. Un estupendo e interesante trabajo que fue valorado muy positivamente por el tribunal.
Este trabajo tenía por objeto conocer y describir cuáles eran las opiniones sobre esta posibilidad de donación de embriones, de las personas que habían recurrido a las técnicas de reproducción asistida en diversos centros de varios países latinoamericanos.
La donación de embriones es, sin duda, un tema complejo y plagado de cuestiones que conviene analizar de modo ponderado y prudente. Por ejemplo, las opiniones sobre esta cuestión tendrán mucho que ver con la perspectiva que se adopte en torno al estatuto del embrión y la idoneidad o no de su crioconservación, en ello influirán concepciones antropológicas, religiosas, sociales, etc. que enmarcan la cuestión dentro de un planteamiento más amplio sobre la vida humana, la reproducción, etc. También será necesario distinguir los usos posibles de los embriones donados: con fines asistenciales (ayudar a otras personas a que puedan cumplir sus deseos reproductivos), o con fines de investigación (para obtener más conocimientos sobre las técnicas reproductivas, sobre las células troncales y sus posibilidades terapéuticas, etc.).
En medio de un fuerte debate como el que se está produciendo en relación a la deseabilidad o no de que los descendientes (hijos obtenidos por medio de técnicas de reproducción asistida utilizando gametos o embriones donados) puedan tener acceso a la información sobre los donantes, como parte del conocimiento de su identidad biológica, frente al derecho a la confidencialidad y a permanecer en el anonimato por parte de los donantes, sería interesante también reflexionar sobre las ideas de maternidad y paternidad, y cuánta importancia le concedemos a los vínculos biológicos o genéticos, frente a los vínculos de crianza y afecto.
Estos no son más que algunos apuntes de lo mucho que hay que pensar en relación a este apasionante tema.

lunes, 17 de enero de 2011

Bioética y cine


Bioética y Cine. De la narración a la deliberación.

Tomás Domingo Moratalla

San Pablo. Madrid, 2010.
Para los interesados en el cine como recurso educativo para temas de bioética, que no se conforman con poner películas como elemento ornamental, sino que quieren comprender el valor de la narración como herramienta hermenéutica para la deliberación moral.
Interesante, profundo, útil y muy bien hecho.
Muy recomendable.

Mucho que hacer

Definitivamente, hay mucho que hacer.
Comienza un año y la sensación es que todo está pendiente: lo que no se hizo, lo que se hizo pero uno no se quedó satisfecho, lo que ni siquiera fue pensado, lo que surge como nuevo... tanto por hacer...
La tentación es la de dejarse arrastrar por la realidad y sus dificultades: las fuerzas suelen andar justas, las batallas parecen perdidas, el tiempo siempre es escaso, las premuras de la vida cotidiana nos van agotando, lo urgente siempre hace que olvidemos lo importante...
Y tal como anda el mundo bien pudiéramos dedicarnos a la "buena vida", porque más parece que se impone la ley del "sálvese quien pueda" que el compromiso solidario. Aunque sea doloroso, es más sencilla una dramática convicción de que no podemos hacer nada.
Pero frente a la tozuda realidad y la desgana imperante, frente a los mensajes apocalípticos del fin de los tiempos, la proclamada pérdida de los valores y la crisis, todas las crisis, aquí apostamos por la responsabilidad de todos ante el mundo; por hacer algo, por poco que sea, por cambiar las cosas; por seguir creyendo que es posible; por transmitir esperanza y seguir creyendo en las personas; por construir antes que destruir; por proponer, pensar y hacer.
Bienvenidos todos los que quieren hacer algo, los que no se conforman, los que siguen pensando, los que tienen curiosidad e interés, los que creen que hay mucho por hacer.