Las diferencias entre hombres y mujeres han sido siempre objeto de estudio, debate, críticas y bromas variadas. Sin embargo cabe preguntarse hasta qué punto la descripción de esos elementos presuntamente diferenciadores se basa en realidades, o es meramente un conjunto de tópicos malintencionados.
En buena medida el debate ha estado centrado en la diferente relevancia que se le ha concedido al elemento biológico (nature) y al elemento cultural (nurture). Para algunos, lo que somos depende principalmente de elementos “naturales”, biológicos, no elegidos, que determinan nuestros comportamientos y nos hacen ser de un cierto modo, irrenunciable y condicionado previamente. Para otros, la clave de nuestra identidad está en lo que el medio ha hecho con nosotros, lo que el aprendizaje, los condicionantes socioculturales o las tradiciones han querido ir configurando. Estos dos extremos, biologicismo y sociologismo, se han ido disputando su prevalencia en las diferentes épocas. Probablemente ambos tienen parte de razón en sus presupuestos y probablemente hay elementos tanto biológicos como culturales que explican nuestra identidad como personas.
En la última época estamos asistiendo a un cierto "reverdecimiento" de las posturas más biologicistas, por obra de los nuevos datos de la neurobiología y las conclusiones, un tanto reduccionistas, que de ellos se extraen. Una forma de naturalismo simplista parece amenazarnos con respuestas demasiado claras, demasiado fáciles, demasiado incuestionables, a todas esas preguntas sobre la identidad moral de las personas que han tenido a los filósofos en danza durante siglos.
En relación a las diferencias cerebrales, en el año 2006 se publicó un libro que desató una enorme polémica en los medios de comunicación. Su autora, Louann Brizendine (neurobióloga de formación, médico especialista en terapia hormonal y profesora de neuropsiquiatría en la Universidad de California), saltó a la primera plana por un libro titulado El cerebro femenino.
Brizendine afirma que las mujeres están especialmente preparadas para la comunicación, la empatía, la percepción de las emociones; ellos, en cambio, lo están para la acción. Según esta autora, las emociones “disparan en ellos menos sensaciones viscerales y más pensamiento racional”.
La obra fue superventas en Estados Unidos, pero desató una fuerte polémica ya que varios científicos le pusieron serias pegas. La autora tuvo que admitir que algunos datos de la primera edición de El cerebro femenino no son correctos. En concreto, los relativos al lenguaje. Según Brizendine, ellas usan al día unas 20.000 palabras (y hablan el doble de rápido), y ellos, 7.000. Mark Liberman, especialista en fonética en la Universidad de Pensilvania, afirmó que no había fuentes sólidas para hacer tal afirmación.
Sin embargo y a pesar de estas objeciones, y de la corrección realizada por la propia autora, esta afirmación sobre el número de palabras utilizadas es el titular que salió en todos los medios, que generó no pocas bromas, y del que el público se acuerda. Un señor con una esposa muy habladora lee en el periódico un estudio científico que asegura que las mujeres usan cada día unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan 7.000. El hombre enseña la noticia, feliz de poder demostrar que ella es un loro. “¿Lo ves?”.“¿Y no será porque tenemos que repetir mucho lo que decimos?”, dice ella. “¿Cómo?”, responde él.
Por supuesto, el libro es mucho más interesante de lo que estas anotaciones pueden dejar entrever, y requiere una reflexión bastante más seria. Sin embargo, como en tantas otras ocasiones, los medios de comunicación se convierten en transmisores más o menos sesgados de los debates científicos, en propiciadores del mantenimiento o derrumbamiento de los estereotipos, o motores para la exlusión de determinadas posiciones, haciendo gala del poder que les concedemos.
Brizendine publicó en el 2010 otro libro que complementa el anterior: El cerebro masculino. Misteriosamente, éste no ha estado tan presente en los titulares ni ha sido demasiado expuesto en los escaparates de las librerías. Sin embargo, el debate sigue abierto.
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1 comentario:
Que existen diferencias entre el cerebro masculino y femenino, es algo idudable, que observamos todas las personas en el dia a dia. hace unos dias una amiga mia profesora de infantil desde hace varios años, me comentaba que siempre habia observado que los niños de 3-4 años tendian hacia juegos de accion,(romper, golpear, correr..), mientras que las niñas solian sentarse juntas a hablar, a imitar juegos de interaccion social. comentabamos que no podia ser exclusivamente educacional dado que los niños y niñas pertenecian a diferentes familias, situaciones y educaciones y logicamente no habia homogeneicidad. que hay diferencias, seguro que si, que esto pienso que es bueno, tambien.
gracias por sus comentarios, le sigo con mucho interes. Alberto R.
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