miércoles, 22 de febrero de 2012

Ciudadanía

   Una de los más llamativos cambios que se produjeron en la segunda mitad del siglo XX fue el "despertar" de la ciudadanía. Movimientos en pro de los derechos humanos, de la defensa del medio ambiente, de la no discriminación racial, de la participación política de las mujeres, o de la negativa a seguir en manos de los megaproyectos científicos financiados por grandes empresas, fueron el caldo de cultivo para una nueva forma de vivir en sociedad. Ya no era posible actuar sin contar con la opinión ciudadana. La sociedad se movía, reclamando ser escuchada. Este es el tejido de una sociedad civil que ha demostrado tener la capacidad de ser más dinámica y responder a los problemas, en muchas ocasiones, con mayor eficacia y rapidez que las instituciones gubernamentales.
    Poco a poco se ha ido haciendo cotidiano el trabajo de las organizaciones que, sin ánimo de lucro, y desde la independencia, han ido promoviendo valores de solidaridad y compromiso, rellenando huecos de olvido y desamparo con actividad y responsabilidad. Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a protestar y alzar la voz cuando vemos pisoteados derechos o cuando, sencillamente, no se ha tomado en cuenta la opinión de los afectados.
    Afortunadamente, hemos ido ganando cierta autonomía moral, al no conformarnos con los modelos impuestos, al generar creativamente nuevas soluciones para los problemas, al imaginar otro mundo posible.
    El mundo global en el que ahora nos movemos, con la posibilidad de conocer y saber que nos ofrecen los medios de comunicación, no permite asistir impasible a los acontecimientos que se van sucediendo. Las redes sociales reaccionan y se convierten en cauces de expresión donde no hay libertad, o en motores para la acción y la indignación.
    La ciudadanía habla y se la oye.
    Obviamente no todo es perfecto. Hay quienes abusan de la buena fe de los ciudadanos. A veces se esconden en las manifestaciones pacíficas movimientos violentos o que obedecen a intereses espurios. En ocasiones se nos van las cosas de las manos y se traspasan los límites de lo aceptable. A veces no nos escuchamos y tratamos de imponer nuestro punto de vista de un modo inflexible e intolerante.

     Sin embargo, la solución no es nunca la violencia, ni la agresión, ni la represión. Los conflictos sólo pueden afrontarse con diálogo, con reflexión seria, con participación y análisis prudente de los factores implicados, con respeto, y con voluntad de encontrar soluciones que permitan una vida en comunidad.
     El otro no es el enemigo, sino alguien que puede pensar diferente, y que, con ello, nos hace pensar y crecer, nos muestra la diversidad y la riqueza de lo humano, nos exige el reto de encontrar soluciones para alcanzar un mundo mejor para todos.
     

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